sábado, 27 de abril de 2013

¡Abajo cadenas!




La cadena irrefrenable que eslabón tras eslabón refrena nuestras aspiraciones. Desde el momento de pararse de la cama te topas con que no hay luz, apagones que sobrepasan muchas veces el tiempo acordado de racionamiento.

A la falla eléctrica se le suma la carencia de agua en el grifo, ligado a los mosquitos revoloteando con el hollín que se cuela por la ventana.

Te acercas al refrigerador y ya las presas se están descongelando al calor de la sequía. En la despensa donde antes no cabía ni un paquete ahora más bien sobra el espacio.

Cansada/o del apagón sales un rato al supermercado a comprar lo que haga falta pero al llegar te tropiezas con las colas de quienes se ponen la coraza de la paciencia y dejan transcurrir un tiempo sin fin entre la muchedumbre.
Lotes de productos básicos que antes estaban en exhibición se consumen poco a poco en los carritos, entre el vapor que produce la rabia y la impotencia.

Caras largas esperando lo inesperable, porque si hoy hice una cola pesada, mañana puede ser una peor. Un establecimiento tras otro lleno de pisadas de consumidores y los restos de plástico y paquetes rotos que dejó el anhelo y la desesperación de tener ese artículo que falta en tu morada, ese producto soñado, el que por años ha representado la tradición de un pueblo. Así sea harina, leche, papel, café, azúcar, aceite, mantequilla (…) cada artículo lo que causa son risas irónicas en los empleados del mercado, como si les hubiéramos preguntado si Dios bajó hoy del cielo.

Qué dirían las carreteras del país si pudieran hablar de los muertos que han teñido de sangre el asfalto. Sucesos que han quedado en el silencio de páginas que van y vienen de periódicos… (Es otro más del montón, no importa).
Pero ese “no importa” se convierte en un “a mí también me pasó”. Cuando algún familiar tuyo sucumbe entre los males que aquejan a la sociedad venezolana.

Y si pudieran los edificios y las calles hablar de la violencia que azota en las esquinas, de cuántos inocentes han pensado en los últimos segundos de sus días antes de perder su hálito por un delincuente. Malandros que sacian sus ganas de tener objetos materiales que les valen una y hasta millones de vidas en sus manos… muchas de ellas que no necesariamente son “ajustes de cuentas” como pinta el Cicpc, quien se conforma por investigar “por encima” y calificar la opción más fácil.

Morgues que se llenan a diario de cadáveres, donde no entra ni un alma más, donde el sentimiento se enfría por una rutina en la cual lo que menos se acaba es la muerte, cátedra favorita de muchos de los que ojean los impresos.

Medicamentos que dejan de existir, enfermos que deben conformarse con genéricos o con una sola caja de aspirinas que no llegan ni al mes entero.
Hospitales que carecen de gasas, inyectadoras, algodón y hasta de camas; porque sale más caro el remedio que la enfermedad y es mejor esperanzarse con no tener que pisar algún día un nosocomio. Esa realidad se liga a la negligencia de contados galenos a quienes  poco les importa una vida si tienen más de 100 aguardando en la sala de espera.

A eso se le suma la descabellada inflación y una moneda que más que ayudar empeora la situación social, un billete que representa al país pero que al parecer ya nadie sabe qué hacer con él. Carritos que en los noventa llenabas con Bs. 100 ahora necesitas más de Bs. 5 mil para hacerlo. Doctores que podías costear al mes te valen hasta la venta de tu carro para meterte en el área de quirófano de una clínica. Antojos de “bolos” te quitan lo poco que ahorraste para la semana.

Y no conforme con el estrés de no conseguir lo que buscas o de que no te alcance el dinero para nada, te topas con torbellinos de discusiones entre los que apoyan y repudian al Estado. Y que será de la sociedad, miedosa y encomendada al cielo para que ese próximo motorizado que está pasando por la calle no se antoje hoy de robar, o que el carro si amanezca en el garaje, que no te arranquen la cartera, que no te quiten el teléfono, que no se adueñen del apartamento en alquiler que tanto “te sudaste” para poder costear, que hoy sí te dé el chance de aspirar un crédito, que puedas conseguir la mercancía suficiente para que tu negocio no se vaya a la ruina… que HOY no te anoten en la lista de los que han perdido la vida.

Y hasta esos pequeños y grandes comerciantes que han dejado de hacer lo que les gusta o han tenido que sacar de su bolsillo para costearlo porque las ayudas del gobierno siguen “brillando por su ausencia”.

Aún preguntan ¿Por qué hay escasez? Pues esa es la misma cadena que pica y se extiende, que va desde la importación de todo lo que se podría producir aquí, de la misma deuda externa, de la ausencia de productores en el campo  (que se encomiendan a Dios para que no los maten los hampones de las zonas rurales), de esos distribuidores que se ven afectados por la inflación y aumentan; perjudicando al vendedor y mil veces más al comprador. Del mismo “acaparamiento” que hacen los buhoneros, aprovechándose de aquellos que buscan en un pajar sin conseguir ni una aguja, porque lo que te falte en tu hogar a ellos más bien les sobra pero al doble del poder adquisitivo.

Mareas de sueños que se pierden en los “NO”, en los carros que nunca podrás pagar, en las casas que nunca podrás tener, en esa clase media que pasó a ser pobre y en los pobres que pasaron a ser más necesitados de lo que antes estaban.

Y ahí siguen los damnificados en los refugios añorando un hogar; aquel que no perdieron por gusto, sino por designios de la naturaleza.

Son las promesas que tanto se nombraron y nunca se cumplieron.

Con las añoranzas de un gabinete moderno, de caras nuevas, de profesionales más aptos y que de seguro hoy están desempleados. Que no sigan intercambiando cargos a gente que durante casi 15 años no ha hecho más que cargar ese bolsillo de billete. Mientras que en las calles el bolsillo pesa… pero de la necesidad.

La voz popular que exige y no obtiene ganancias… mezclas de dicha y de horror ¿Quién puede arrastrar tantas cadenas y grilletes? Eslabón tras eslabón cerca de la deriva.

Y haces la cola porque no te queda de otra, se te espicha un caucho porque es que la calle sigue mala o la dejaron peor luego de meter una tubería. Se te dañó el repuesto del carro y tienes que esperar hasta seis meses para volver a manejar porque lo que necesitas también pereció ante la escasez. Pasas por la casa de tu amigo y que ni se les ocurra sentarse en el patio a las tantas de la noche si no quieren que los roben, y olvídense de portar oro o plata en la calle con normalidad. Aquí a cada quien le ha tocado su sancocho de infortunios.

Y llegas a tu casa y cuando al fin hay luz prendes el televisor, pensando que la tranquilidad tocó la puerta, pero cuando lo enciendes lo que ves es otra cadena. Ese corte nacional que solo anuncia mejoras donde hay pesares, palabras donde hay reclamos, sonrisas donde hay lágrimas, promesas donde hay resignaciones.

¡Venezuela GRITA y exige que se echen abajo esas cadenas!