La
cadena irrefrenable que eslabón tras eslabón refrena nuestras aspiraciones. Desde
el momento de pararse de la cama te topas con que no hay luz, apagones que
sobrepasan muchas veces el tiempo acordado de racionamiento.
A
la falla eléctrica se le suma la carencia de agua en el grifo, ligado a los
mosquitos revoloteando con el hollín que se cuela por la ventana.
Te
acercas al refrigerador y ya las presas se están descongelando al calor de la
sequía. En la despensa donde antes no cabía ni un paquete ahora más bien sobra
el espacio.
Cansada/o
del apagón sales un rato al supermercado a comprar lo que haga falta pero al
llegar te tropiezas con las colas de quienes se ponen la coraza de la paciencia
y dejan transcurrir un tiempo sin fin entre la muchedumbre.
Lotes
de productos básicos que antes estaban en exhibición se consumen poco a poco en
los carritos, entre el vapor que produce la rabia y la impotencia.
Caras
largas esperando lo inesperable, porque si hoy hice una cola pesada, mañana
puede ser una peor. Un establecimiento tras otro lleno de pisadas de
consumidores y los restos de plástico y paquetes rotos que dejó el anhelo y la
desesperación de tener ese artículo que falta en tu morada, ese producto
soñado, el que por años ha representado la tradición de un pueblo. Así sea
harina, leche, papel, café, azúcar, aceite, mantequilla (…) cada artículo lo
que causa son risas irónicas en los empleados del mercado, como si les
hubiéramos preguntado si Dios bajó hoy del cielo.
Qué
dirían las carreteras del país si pudieran hablar de los muertos que han teñido
de sangre el asfalto. Sucesos que han quedado en el silencio de páginas que van
y vienen de periódicos… (Es otro más del montón, no importa).
Pero
ese “no importa” se convierte en un “a mí también me pasó”. Cuando algún
familiar tuyo sucumbe entre los males que aquejan a la sociedad venezolana.
Y
si pudieran los edificios y las calles hablar de la violencia que azota en las
esquinas, de cuántos inocentes han pensado en los últimos segundos de sus días
antes de perder su hálito por un delincuente. Malandros que sacian sus ganas de
tener objetos materiales que les valen una y hasta millones de vidas en sus
manos… muchas de ellas que no necesariamente son “ajustes de cuentas” como
pinta el Cicpc, quien se conforma por investigar “por encima” y calificar la
opción más fácil.
Morgues
que se llenan a diario de cadáveres, donde no entra ni un alma más, donde el
sentimiento se enfría por una rutina en la cual lo que menos se acaba es la
muerte, cátedra favorita de muchos de los que ojean los impresos.
Medicamentos
que dejan de existir, enfermos que deben conformarse con genéricos o con una
sola caja de aspirinas que no llegan ni al mes entero.
Hospitales
que carecen de gasas, inyectadoras, algodón y hasta de camas; porque sale más
caro el remedio que la enfermedad y es mejor esperanzarse con no tener que
pisar algún día un nosocomio. Esa realidad se liga a la negligencia de contados
galenos a quienes poco les importa una
vida si tienen más de 100 aguardando en la sala de espera.
A
eso se le suma la descabellada inflación y una moneda que más que ayudar empeora
la situación social, un billete que representa al país pero que al parecer ya
nadie sabe qué hacer con él. Carritos que en los noventa llenabas con Bs. 100
ahora necesitas más de Bs. 5 mil para hacerlo. Doctores que podías costear al
mes te valen hasta la venta de tu carro para meterte en el área de quirófano de
una clínica. Antojos de “bolos” te quitan lo poco que ahorraste para la semana.
Y
no conforme con el estrés de no conseguir lo que buscas o de que no te alcance
el dinero para nada, te topas con torbellinos de discusiones entre los que
apoyan y repudian al Estado. Y que será de la sociedad, miedosa y encomendada
al cielo para que ese próximo motorizado que está pasando por la calle no se antoje
hoy de robar, o que el carro si amanezca en el garaje, que no te arranquen la
cartera, que no te quiten el teléfono, que no se adueñen del apartamento en
alquiler que tanto “te sudaste” para poder costear, que hoy sí te dé el chance
de aspirar un crédito, que puedas conseguir la mercancía suficiente para que tu
negocio no se vaya a la ruina… que HOY no te anoten en la lista de los que han
perdido la vida.
Y
hasta esos pequeños y grandes comerciantes que han dejado de hacer lo que les
gusta o han tenido que sacar de su bolsillo para costearlo porque las ayudas
del gobierno siguen “brillando por su ausencia”.
Aún
preguntan ¿Por qué hay escasez? Pues esa es la misma cadena que pica y se
extiende, que va desde la importación de todo lo que se podría producir aquí,
de la misma deuda externa, de la ausencia de productores en el campo (que se encomiendan a Dios para que no los
maten los hampones de las zonas rurales), de esos distribuidores que se ven
afectados por la inflación y aumentan; perjudicando al vendedor y mil veces más
al comprador. Del mismo “acaparamiento” que hacen los buhoneros, aprovechándose
de aquellos que buscan en un pajar sin conseguir ni una aguja, porque lo que te
falte en tu hogar a ellos más bien les sobra pero al doble del poder adquisitivo.
Mareas
de sueños que se pierden en los “NO”, en los carros que nunca podrás pagar, en
las casas que nunca podrás tener, en esa clase media que pasó a ser pobre y en
los pobres que pasaron a ser más necesitados de lo que antes estaban.
Y
ahí siguen los damnificados en los refugios añorando un hogar; aquel que no
perdieron por gusto, sino por designios de la naturaleza.
Son
las promesas que tanto se nombraron y nunca se cumplieron.
Con
las añoranzas de un gabinete moderno, de caras nuevas, de profesionales más
aptos y que de seguro hoy están desempleados. Que no sigan intercambiando
cargos a gente que durante casi 15 años no ha hecho más que cargar ese bolsillo
de billete. Mientras que en las calles el bolsillo pesa… pero de la necesidad.
La
voz popular que exige y no obtiene ganancias… mezclas de dicha y de horror
¿Quién puede arrastrar tantas cadenas y grilletes? Eslabón tras eslabón cerca
de la deriva.
Y
haces la cola porque no te queda de otra, se te espicha un caucho porque es que
la calle sigue mala o la dejaron peor luego de meter una tubería. Se te dañó el
repuesto del carro y tienes que esperar hasta seis meses para volver a manejar
porque lo que necesitas también pereció ante la escasez. Pasas por la casa de
tu amigo y que ni se les ocurra sentarse en el patio a las tantas de la noche
si no quieren que los roben, y olvídense de portar oro o plata en la calle con
normalidad. Aquí a cada quien le ha tocado su sancocho de infortunios.
Y
llegas a tu casa y cuando al fin hay luz prendes el televisor, pensando que la
tranquilidad tocó la puerta, pero cuando lo enciendes lo que ves es otra cadena.
Ese corte nacional que solo anuncia mejoras donde hay pesares, palabras donde
hay reclamos, sonrisas donde hay lágrimas, promesas donde hay resignaciones.
¡Venezuela
GRITA y exige que se echen abajo esas cadenas!