En una hoja
solitaria comencé esta carta. Imaginando la agonía de lo único capaz de darle
sentido a la vida. Pero hoy despertamos sin él. Se acabaron sus esperas, angustias,
lágrimas, desesperanzas: el fulano amor falleció.
Inicié la
redacción en letras cursivas, quebradas, mojadas, descoloridas. Poco importa la
tinta de la que se impregna el papel, lo mucho que se desgaste la pluma para decir
palabras muertas.
A mi alrededor ésta
era la única superficie limpia, pulcra, sin tachaduras. ¡Qué lástima que sea
desperdiciada en algo tan triste! Rodeada de libros polvorientos, historias
ficticias que ya nadie hojea, imágenes sonrientes de madres con sus hijos,
parejas felices, besos apasionados, amigos inseparables… sensaciones fehacientes
que se derrocharon en el ras moderno.
Recojo entre los
trastos una rosa marchita de la que solo quedan pétalos secos, que no
vislumbran el color que poseía en su juventud perdida. La vitalidad íntegra de
su belleza disipada por la antigüedad y el olvido. Así le ocurrió al amor,
envejeció y fue sepultado.
Continúo la
prosa recordando la música sin ritmo, los instrumentos sin piezas, el cielo sin
nubes, la tierra sin árboles… eso que falta para darle hálito al planeta, esa
energía que no se puede ver aunque exista. Así es el amor.
Ese algo
invisible que solo pertenece a cada ser. No le damos permiso de abrirse paso en
el corazón, porque de forma inesperada ya forma parte de él. No da consejos,
solo peticiones. Y al desaparecer deja un vacío… como si de repente se abriera
un hueco en el medio de la Tierra y se evaporara todo su esplendor, quedando en
ruinas.
Una guitarra sin
cuerdas, un piano sin teclas, una canción sin melodía. Un techo en sombras, una
puerta de hierro forjado, una vertiente imposible de cruzar, un firmamento sin
estrellas.
En el tope de
angustias de haberlo desperdiciado no queda más que decir que su antónimo (el
odio) gobernará lo mundano, aunque sinceramente de esfumarse el amor lo único
que quedará será la neutralidad, la inmunización leve y letal del querer. La
insensibilidad.
No harán falta
las gotas de dolor que surcan las mejillas porque los aparatos oculares ya
estarán secos. Inservibles como aquella rosa muerta, de la que el óbito también
se hizo cargo.
No será necesario
un reemplazo para el espacio que quede. Ya desde hace años se buscaba que fuera
despejado.
Melancólicamente
son cuentos que se pierden entre las millones de letras impresas, redactadas
por los poetas, los inspiradores de grandes novelas, de dramas con finales
perfectos. La cruel ventaja de la vanidad ha resumido los sentimientos en
intereses propios. Ya nadie piensa en el ser amado, solo en lo que puede
conseguir de él.
Y en su
testamento el amor no plasmó sus últimos designios, porque sus muchos intentos
restaron desalientos helados y calculados entre los humanos existentes. No hay
peor nostalgia para el amor que saberse derrotado en la guerra, luego de muchas
batallas.
Volteo el papel
para seguir resumiendo la desagradable temática y por un momento las memorias
opacan mi visión. Esas que nunca abandonan el pensamiento. Capaces, tal cual
una enfermedad, de apoderarse del organismo sin autorización, destruyendo las
defensas, debilitando el físico y el espíritu.
Memorias que
irradian pasados que alguna vez fueron presentes. Lugares que ya forman parte
de la distancia. Recuerdos que quedaron engavetados en el armario del olvido.
Respuestas a preguntas que no tienen ni una explicación científica.
Y las horas se
evaporan en la faena de culminar este escrito, queriendo condensar lo aprendido
y lo que falta por aprender. Tal como ese infinito que no tiene final, no hay
lecciones amorosas que sean efímeras. Todo tiene su tiempo. Todo carece de un
desenlace, que en realidad es un comienzo. Ya sea en una nueva ilusión,
anécdota o experiencia.
En un mundo
carente de anhelos no quedan enseñanzas, solo afinidades precarias y vacías,
como la epístola que hoy finalizo y que quedará tirada sin gracia entre los
escombros que adornan esta habitación. Este cuarto en ruinas. Ese vacío que
dejó la desgracia en el mundo, al sucumbir a la catástrofe de perder su mayor
energía. Su estela, su luz, su sabiduría: El amor.
Freya Farcheg
04/08/2013