miércoles, 10 de septiembre de 2014

ZONA ROJA




Un disparo

¡Muerte!

No.... el corazón sigue latiendo...



Típico. Es rutina. Ya ganamos la corona del país más peligroso del mundo. Tenemos un caparazón preparado para la sangre. La violencia es más fácil que comprar una afeitadora.


Juegos de ruletas rusas que no paran de dar vueltas. Girando y girando, esperando quién cae hoy, riéndose ilusas de nuestro miedo, queriendo hacernos sucumbir como tantos otros han sucumbido y que la mortalidad siga creándonos fama.

Las etapas de la evolución en la vida han cambiado. Entre el nacimiento y la muerte hay sólo una opción: la incertidumbre.

Hemos habilitado nuestros sentidos para que después de las seis de la noche no se atrevan a deambular por las calles. En los suburbios se escuchan los disparos. Las películas nacionales violentas nos presentan la muerte, a manos del hampa, como su carta de presentación. Hay inseguridad en las esquinas, hay zombies como sombras en las rutas oscuras, hay más pistolas que comida.

Fuiste víctima de un robo. No sabes si sentirte afortunado/a por todavía respirar o pensar que has desvalorizado la vida. Tu pulso aumenta, tus latidos van al trote de una hora de cardio, sientes que has sudado frío en menos de 10 segundos pero en realidad no llevas ni la cuenta ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Qué hora es? ¿Qué día? ¿Qué estabas haciendo? ... Perdiste la noción de tu rutina... El malandro, ese ya debe ir bien lejos.

El zumbido de una moto aumenta tus pasos por la calzada. Sin tenerlo al lado, ya tus piernas tiemblan. Tomas con fuerza tu bolso, apuras el paso, cierras los ojos "¡Señor, lo que tenga que pasar que pase!"

Deseas que el chofer no vaya acompañado, que el modus operandi no sea nuevamente de un parrillero. Te alivias si ves que es una moto de costosa marca porque hay una probabilidad 8/10 que seas la próxima víctima. Te alivias si el que te atacó no lleva pistola.

El rostro del delincuente te persigue en sueños. Cierras los ojos y no olvidas su tez furiosa. La ofensiva que utilizó para arrancarte tus pertenencias. La mirada astuta de lograr su cometido y dejarte indefenso/a. Allí aún queda el recodo de curiosos que no hacen nada, sólo observan.

Por ese leve lapso de tiempo que pareció una eternidad recuerdas toda tu vida. Aún tienes aliento, saboreas la saliva que ya quedó helada y logras volver a respirar. Ese segundo en el que todo ya pasó y aún vives, te hace sentir que las oportunidades valen oro y que sólo te has vivido quejando, cuando hoy deberías sólo agradecer.

Una sociedad somnolienta, que no opina, ni comenta. Seres que dejan a la suerte no ser víctimas de la delincuencia. Raspando las opciones, dejando a la intuición y al destino lo que tenga que pasar. Ya no es la cadena de oro, ya no es el reloj, ya no es dinero, ya no es un teléfono... Ya es tu vida y otras tantas gotas más de sangre sobre el cemento.

Silencios de crónicas que quedan en las bocas de quienes lo han sufrido. En quienes han visto morir a un familiar pero no lo comentan porque saben que la justicia se fue de paseo. Tristes anécdotas pintadas en cuadros grises, de esos que no entiendes por qué se hacen, por qué te mantienen prisionero/a a un sistema ineficiente. Donde el que pueda robar, robe; y el que pueda matar, mate.

Nos volvimos prisioneros, somos los presos. Los esclavos de las rejas. Los que les dijimos adiós a las aventuras nocturnas y tememos que en la mañana nos toque ser la presa sacrificada.

Trabajamos rudamente para que nos roben nuestros ingresos, lloramos por injusticias de las que ningún ente gubernamental responde. Sin resguardos, sin seguros, sin protección, sin ley.

Presos de las casas hechas cárceles. De los muros eléctricos. De los candados en las puertas. De la preocupación de que si dejamos algo mal parado ya no aparezca.

Los cobardes de no tener para entregarle algo al choro que no sea la vida, de los que repasan las listas de los intentos y los asaltos presenciados en toda nuestra vida. Los prisioneros de escondernos lo importante en las zonas íntimas.

Sufrimos de miedo. Sufrimos de anhelos. De querer retroceder el tiempo y poder evitar tantas injurias. De izar al fin una bandera blanca de paz, como tantas otras veces hemos izado la tricolor en fiestas patrias.

Volviéndonos fieles amantes de una guerra sin escapatoria, en la que todos quieren hablar pero nadie quiere hacer. Sí. Somos el país más violento del mundo y por ello lo que está afuera de aquí no nos sorprende, nosotros vivimos tantas otras cosas multiplicadas al triple y aún así sobrevivimos.


Freya Farcheg

sábado, 23 de agosto de 2014

Peloteando la culpa



“Le robaron las cholas y lo mataron”… Es un titular más, una columna de relleno en una página de sucesos de un periódico cualquiera, en el que a diario se escriben peores asesinatos, o una noticia sencilla ante tantas que se leen en el país entero, pero fue una gota que colmó un vaso en la conciencia. Porque es hasta grotesco pensar que por unas “cholas”, jerga criolla que se usa en el oriente para denominar a unas sandalias corrientes, o playeras pa’ nosotros, que vivimos cerquitica del mar, (alegando que en tierras zulianas es hasta una grosería), aquí se asesine a alguien por un artículo que no vale más que el arma de fuego por la que se mató.

Pero fue así como a un adolescente lo acribillaron por un teléfono y para dejarlo descalzo le quitaron sus cholas, y ni modo, por qué quién va a buscar al malandro después de ese robo, si aquí a diestra y siniestra roban, descuartizan, asesinan y golpean a malsanva, sabiendo entre risas que nadie va a meterte preso ni te van a objetar culpabilidad alguna, porque la impunidad puede más que la justicia, y si no pues existe el exilio.

Y es que la culpa se la pelotean tipo juego de la “papa caliente”, va de un extremo a otro, contaminando los sentidos pero no el subconsciente y de un extremo a otro se escuchan frases en la calle, en las colas, en las protestas, en la rutina pública alegando que “nadie dice nada”, “la gente no reacciona”, “vamos pa’ tras como el cangrejo”, “este país se lo llevó quien lo trajo”; pero ¿qué son los plurales frente a los singulares? Si somos buenos para mandar a otros, porque no somos igualmente buenos para nosotros mismos reconocer que en la unidad está la fuerza, en dar cada uno su propio grano de arena.

Pero, la culpa es del gobierno.  No, del vecino que no colabora. No, de los estudiantes que dejaron de protestar. No, de la MUD que no sirve para nada. No, de la estrella fugaz que pasó y no me dejó pedir un deseo… ¿Entonces, de quién es la culpa? Seguiremos jugando a la “papa caliente” viendo a quien le toca salirse del juego cuando se queme la papa, esperando un no sé qué, porque aquí todo el mundo espera, pero nadie dice que es lo que están esperando. “Qué las cosas mejoren”, a según, pero es que debe ser que todo en el mundo se ha hecho solo, sin mover un dedo.

Y mientras matan a un chico por unas cholas, eliminan al parrillero masculino de una motocicleta para disminuir el hampa, asesinan y descuartizan a parejas por celos, tiran bombas lacrimógenas por exigir bañarse en una playa que queda en Venezuela; y es de los Venezolanos, porque ni modo que si nacimos en una tierra con un nombre y ya de ahí te queda de por vida ese lugar marcado como natalicio tienes el derecho de disfrutar de él, y lejos de lo que se llama frontera no seas más que “de nacionalidad venezolana” vengan unos extranjeros a echarse “agüita” criolla con unas “cholas” que no son de aquí y por la que los choros matarían también, nosotros nos tengamos que conformar con humito de bombas lacrimógenas, para no decir con la sangre impune de nuestros hermanos criollos, que bastante han trabajado para disfrutar de nuestros atributos naturales. Pues sí, hasta ese extremo de pelotearse la culpa hemos llegado.  

martes, 12 de agosto de 2014

En cuarentena




Las noticias gritan. El olor del papel periódico entra por las fosas nasales congelando los pulmones, ya lo fabrican con hielo. Cada noticia golpea nuestra integridad, volviéndola una vasija rota. Los medios virtuales lanzan chispas desde los objetos tecnológicos… no más, no más ¡No más!

La ceguedad nos atacó en proporciones sobrehumanas. Fuimos contagiados por una enfermedad sin nombre que no conoce de fronteras y cuando las cruza se vuelve incurable. No importa el sitio que pisemos, el hecho es que perdimos el tacto y lo convertimos en falta de humanidad. No sentimos, no razonamos, no analizamos… sobrevivimos.

¿Respetar un paso peatonal es un delito? ¿Cruzar el semáforo en rojo es una prioridad? ¿Comprar en un supermercado no puede dejar de ser una guerra, donde lo que queda son las ruinas y el hambre? ¿Cuándo las papeleras pasaron a ser el decorado de los postes y la basura el de las calzadas?

Nos volvimos invencibles en zona de combate. Nos convertimos en los  fervientes enemigos de la tierra que nos vio nacer. La criticamos a muerte, la hicimos polvo entre las manos, la destruimos a diestra y siniestra ¿Pero en qué parte del pasado la quisimos de verdad? ¿En qué lección de colegio nos enseñaron a ser nacionalistas?

Echamos al fuego las historias que ya están plasmadas, atacando el pasado y dejando la esperanza al futuro. Olvidando que las memorias ya son cicatrices, que las marcas de lo efímero al final rinden cuentas. Relegando las muertes, la miseria, los suburbios, los presos políticos… la libertad.

Estamos en cuarentena. Huimos sin pedir respuestas. Nos hemos convertido en unos cobardes resignados a la cobardía, buscando en otros destinos una esperanza que nos devuelve en derredor a esta tierra hecha ruinas. Donde la sociedad se ha vuelto individualista, donde poco valen los intereses ajenos sin estar primero los propios, donde robar a nuestros hermanos de país vale más que ayudarlos. 

Hemos teñido de sangre las calles, borrando con pintura y asfalto lo que ayer eran manifestaciones de libertad. El sentir se transformó en una carga, a la que preferimos relegar para que ya no nos pese. Obviando que hay agujeros mucho más profundos que aquellos que vemos en las vías públicas, hay agujeros de corazón, de nostalgias en el pecho, ese corazón sediento del amor que ha volado como granos de arena frente al viento.

Nos enfermamos de la fiebre de la ignorancia, nos picó la plaga de la discordia, hemos abandonado en nuestro lecho enfermizo las ganas de luchar, la esperanza... la paz. 

Agotamos nuestros días en una rutina cansina, fingiendo lo que no somos, criticando a los demás, alabando lo que no es nuestro, envidiando lo ajeno, llenando las carteras de ego, simulando ser ese país de apariencias por lo cual no avanza... enfermos, vivos, tipo zombies, alejados del mundo... en cuarentena. 


jueves, 31 de julio de 2014

Al mejor postor



En la subasta del amor, Cupido es en realidad un juez. Gritos acalorados y réplicas de hombres enfurecidos llenaban la habitación.

El enanito, con mazo en mano, no dejaba de solicitar inútilmente que se hiciera el silencio en la sala. Todos querían hablar a la vez, dar a conocer la mejor razón para comprar a la chica subastada en el centro de la estancia.

La peluca blanquecina del querubín se echó a un lado mostrando un poco de su calvicie, cuando desató en un grito su molestia:


   -   ¡BASTA!


El mutismo se regó entre los presentes sorprendidos, y unos cuantos conteniendo en labios apretados las carcajadas de aquel desbarajuste cabelludo. Al final, el juez tomó aire y recuperó el habla:


 -  Ahora que al fin se hizo el silencio, espero que cada uno pueda decir en 10 segundos la mejor razón para ganar esta subasta.


Las voces comenzaron a agolparse en susurros. El Egocéntrico tomó la batuta de la situación:


 - Exijo que se me otorgue la posibilidad de ser el primer voluntario – mientras con una mueca burlona mostraba al público su gusto de poder relucir entre todos.


Cupido, un poco resignado ante aquellos alumnos que siempre quieren resaltar en clases más que los demás, le respondió con voz cansina: “Adelante”.


El Egocéntrico, vestido en un traje impecable de alta costura, se encaminó con decoro al centro de la habitación y ladeando su cabello hacia atrás, se arrodilló a los pies de la dama.


   -  Yo soy el hombre que buscas, entre todos los demás tengo mucho más que ninguno: inteligencia, porte, estilo… hasta puedo hacer que tú seas más bella que yo, porque de hecho… estás como medio gordita.



       -   ¡BASTA! - Cupido encolerizado repudió la agresión verbal y hasta la dama mostró cara de ofendida – Señor, vaya a tomar asiento que hace más de un minuto se le acabó la charla.


El Buenmozo le siguió al Egocéntrico: 


   - Chica, tienes que dejarte llevar, romper paradigmas, no te enrolles, disfruta de la vida – y guiñándole un ojo se regresó con porte campante a su puesto.


El Observador levantando una mano anunció:


    - Yo no creo que seas para mí, pero yo tengo un amigo con el que te puedo hacer la segunda.


El Intenso le siguió a sus palabras acercándose a la chica, tomándola de la mano fuertemente, con aire de que ya era suya:

   
    -  Nadie va a quererte como yo, porque no soy igual a ninguno. No existe hombre en La Tierra que se me compare en sentimientos.


El Infiel, con voz socarrona, empujó a un lado al Intenso, haciendo que soltara a la chica y rozando la mejilla de la subastada le susurró al oído:


    -   Ey, muñeca, yo cumpliré tus fantasías, con tal de que no seas celosa ni posesiva. Pero ojo, tú solo puedes ser mía.


El Inseguro, intrigado de la conversación en susurros, comenzó a tartamudear:


         -   Por… qué… se…rá… que las mu…je…reees siempre se ena…moran de los pe…rros, si aquí esta…mos noo..soo..tros.


El Chistoso estalló en carcajadas:


     -   Cállate mojigato, que yo la voy a hacer reír hasta en las horas tristes.


El Aguafiestas lo retó:


      -   Pues claro, porque tú no sabes más que de pavonear tu humor pero esta chica lo que quiere es un hombre serio.


El Cobrador insinuó:


         -   Yo la invité a varias citas y como pago me tiene que corresponder.


El Testarudo siguió:


       -  Ella dice que no, pero yo sé que de aquí a unos años cambiará de parecer y yo le gustaré.



El Coqueto, rozándole la espalda a la chica con una mano, llamó su atención:

   
   -   Mi amor, tú lo que necesitas es cariño y pasión.


El Ricachón sacó su paca de billetes del bolsillo y la pasó delante de los ojos de la mujer:



      -  ¿A quién más que a mí necesitas para hacer realidad tus sueños?


El Confianzudo se irritó:


     -  Ella es mi amiga desde hace años y por eso me merezco comprar su atención, aunque no me quiera.


El Presumido continuó:


      - Yo alardeo sus fotos, le mando mensajes mañaneros y nocturnos ¿Díganme quién merece este reconocimiento de voluntad?


El Acosador, olfateando una prenda en sus manos, siseó:



     -   Yo conozco sus horarios, rutinas, manías... He seguido su camino por bastantes años, así que yo merezco este precioso premio.


El Pana tomó la batuta al fin, saludando con chocadas de mano a todos sus compañeros, y abriendo los brazos en el centro de la sala anunció:


         -  Chamos, ustedes saben que yo gané la subasta.


El Cobarde, caminando encorvado y escondiendo su rostro detrás de una capucha dijo:


          -  Yo la quisiera si no me aterrara su papá, sus costumbres, sus miedos y hasta su mascota.


El Sabelotodo, con aires de genio, le respingó:

    
      -  Chamo tú no, porque la explicación científica de este proyecto dice…

***

Dos horas después todos se despiertan somnolientos y bostezando de una larga siesta. Cupido sobresaltado de haberse dormido en horarios de trabajo toma el mazo y da dos fuertes golpes a la mesa, se acomoda las gafas y la peluca y dice, carraspeando:


       -    Hemos dado por ter… - (en ese momento se detiene al notar que la dama es la única que no sucumbió al sueño y permanece callada en la habitación, mirando hacia el suelo. Sus largos cabellos negros le caen como una cascada a ambos lados del rostro, llegándole a sus pies y entre ellos se pueden observar entrelazadas algunas gotas cristalinas).


      -   ¿Estás llorando? – le dice el querubín, despertando el escándalo en algunos de los hombres, que con caras de espanto la miraron fijamente.

La chica movió la cabeza negativamente y permaneció en mutismo. Algunos de los presentes comenzaron entonces a huir despavoridos diciendo: “Yo no estoy preparado para esto”, “¡qué va esto no me lo calo!”, “ya yo creía que iba a ganar”…

Entre tanto, Cupido comentó: 


    - No hay remedio muchachos, la subasta se cancela. Ya ganó el mejor postor. Tengo que admitir que con tantas décadas mi labor sólo ha sido defraudar a la sociedad. Soy una farsa pintada de rojo ¡Me jubilo!”.



      -   ¿Cómo va a ser? – dijeron al unísono los candidatos que quedaron.


El Mentira Fresca, que no pudo hablar porque el Sabelotodo le quitó el tiempo, y unas cuantas horas de sueño, pronunció con desdén:

   
    -  ¡Já!, si aquí a nadie se ha anunciado como ganador. Basta que yo diga todo lo que sé para que ninguno me lleve la contraria.


      -  No, no, no… ya hay un ganador y está ahí – Cupido señaló entonces el lugar donde estaba sentada la chica de largo cabello.



En ese momento la dama se movió levemente y de reflejo se notó que estuvo todo ese tiempo sobre un baúl hecho de oro y no sobre una silla. 

Las exclamaciones no tardaron en entreverse y el enanito manifestó con su voz de nerd: "Ven, allí está el ganador". 

Bajó del podio, donde parecía más alto que sus pocos centímetros de altura, y le indicó con una mano a la chica que se parara por un momento. Sacó de su flux una llave dorada y con delicadeza la insertó en el orificio del cofre. Un leve clic indicó a todos que había llegado el momento de conocer al postor más rico de todos, aquel que había superado los 10 segundos de tantas palabrerías y talentos. Aquel que portaba la virtud de conseguir tan valioso regalo. 

Al levantar la tapa y acabar con la incertidumbre, los ecos de sorpresa se perdieron en el aire y solo quedaron rostros vacíos e interrogantes. 

Cupido miró a la chica y entre ambos hicieron un gesto afirmativo. 


     - Sí señores - dijo el querubín - la subasta ha terminado. Porque no hay mayor riqueza que el oro del amor, y no hay mejor postor que el corazón y ante él, ni la lengua más fina ni el traje más caro, tienen cabida. Este corazón ya tiene escrito un autor con tinta indeleble, y cada uno de sus latidos grita un nombre, inconteniblemente... así ese ganador no esté presente, aún le pertenece. 



FIN 

Freya Farcheg 



















lunes, 23 de junio de 2014

Extraños


De diciembre en diciembre me perdí. Como una roca en el camino con la que tropecé. Un aporreo en el pie, un dolor en las costillas, un morado en la pierna, un segundo en el que corazón se detuvo. Y luego se siente extraño, porque creías conocer el camino.

730 días de morir y renacer. Con cosas que quedaron y otras que pasaron a la sección del olvido ¿Puede todavía el amor ser tan permanente?

… Más permanente que una foto impresa, más genuino que una fecha de cumpleaños, más duradero que una huella marcada en la historia, más entrañable que esa distancia que no se acerca, más importante que un mensaje sin borrar, más inolvidable que un grato recuerdo.

Tal vez hoy mi memoria no mintió, mañana puede que me engañe. Me duermo con el último pensamiento que me queda. Dormido en mi recuerdo, como esas personas que se van y no regresan, que mueren físicamente y dejan cicatrices mentales. Dormido en mi psiquis, como un espejismo, algo irreal. Ese quien para este entonces no habrá ocupado mi cama, no me habrá hablado, ni se habrá reído risueño por cualquier tontería… ese que ya no sabrá quién soy yo.

Ese personaje de una historia lejana que sigue reinando en mis sueños, ocupando un lugar en mi subconsciente sin permiso y con autoridad. Cuyas vivencias perdidas en el espacio parecieran provenir de un mundo paralelo, reflejando momentos que pudieron no haber ocurrido. Simplemente esa persona desapareció de tu entorno, simplemente hay quienes crees conocer y pasan a ser extraños. Extraños que quizá nunca conociste.

Le pides a la cátedra del “valor” que valore antes de perder, que la realidad de la vida no sea vivir de finales. Haciendo rodar la ruleta rusa del sentir, en la que hoy puede caer blanco o negro, pero nunca gris. Cambiando los sentimientos como pasando páginas de un libro, sin recordar lo que decíamos en las hojas anteriores. Dejando pasar los anhelos pasados, por los presentes.

Cada móvil de lo vivido pende del techo, sostenido con ese nailon resquebrajado cuya carga pesada va cayendo al suelo, haciéndose añicos. Salimos a la calle con una nueva careta, de sonrisas o pesares, simulando el querer más profundo, por aquel que sí tenemos en las manos.

Somos prófugos de la felicidad, la que se escapa cuando menos lo esperas, como aquel invitado que nos embarca y nunca dejamos de invitar. Morimos mil veces en nuestra psiquis a pesar de que nuestro cuerpo nos exige seguir respirando.

Podremos estar resquebrajados por dentro, recordar que los extraños del hoy, ayer no lo fueron tanto. Solo fueron alguien más en el paso de la vida. Solo han sido el pasado de un futuro, el instante más feliz de tu existencia convertido en una nueva agonía.  


martes, 17 de junio de 2014

Mentes truncadas



Hoy nos levantamos con la misma interrogante: ¿Hasta cuándo? Los días y las noches ya nos saben amargos. Tenemos el corazón cargado de desconsuelos. Seguimos gritando un futuro distinto.

Perdimos el norte, la cuenta en el calendario, la terminación del año en el que nos estancamos. Olvidamos que los Kinos se jugaban los domingos. Que el humor era del programa de los lunes. Que lo que ayer nos sobraba, hoy no aparece ni de embuste.

Somos los jóvenes de mentes truncadas, de tiempo mortal, pero oportunidades limitadas. De esperanzas de cambios, de menos puertas abiertas. Somos el país del estatismo, mientras las fronteras están en movimiento.

Somos los profesionales de limitados porvenires, somos los adultos que abandonamos en la niñez las aspiraciones materiales, somos los expertos en colas por necesidad y no por gusto, somos los que resuelven con lo que hay, más no con los "no hay". Somos los que tememos que el mañana sea peor que el hoy.

Somos los que trabajamos más de la cuenta, para tener la mínima cuenta. Somos las víctimas del verdugo inflacionario, que aplasta a los billetes del bolsillo. Contabilizando lo meramente urgente, tanteando lo conseguible, anotando los lujos a planes del mañana, dejando los placeres a la categoría de imposibles.

Somos los que pateamos nuevos destinos, comenzando de cero el kilometraje que ya no da vuelta atrás, somos la masa que queda y la que decidió cargar el equipaje, somos los que luchamos y a la vez nos resignamos.

Somos los que despertamos todos los días con un nuevo desafío social, somos los caribeños manchados de injusticias, somos los turistas en nuestro propio país, somos los de pensamientos oprimidos en mares de riquezas, somos los de anhelos y otras tantas batallas perdidas.

No somos una nación más del montón. Somos los victoriosos, los que aguantamos penurias, hambres, rivalidades partidistas y noches de encierro para que no te mate también el miedo. Somos los que vivimos de despedidas, los que dejamos en el pasado las vivencias de quienes solo se iban "por ahora".

Nuestros anhelos se han vuelto sobrevivencias, entre el ruido que hace la inseguridad en los oídos, disparando a sus anchas al distraído, atacando sin pudor al inocente. Hemos dejado de creer en el futuro, hemos decidido anhelar también una maleta. 


Hemos decidido negarnos a decirle adiós a Venezuela.

jueves, 30 de enero de 2014

Tricolor en llamas


A merced de buenas noticias. Tiembla tierra. Llora Salto Ángel. Descarga tu furia Orinoco. Incéndiate Ávila. Hoy volveremos a la incertidumbre.

¿Serían suficientes todas las flores de nuestra patria para llenar los cementerios y adornar a los difuntos en su sueño? ¿Podrían los cadáveres contarnos como están acostados, apretujados sin espacio en el suelo?

Hoy las lágrimas no fueron suficientes para una mala noticia. Se han agotado las gotas para lamentar tantas pérdidas. Ha caído el llanto por fracciones líquidas, destiñendo las flores, como una tinta rojiza que va curtiendo lo vivo. Dejando sólo mortandad a su paso.

La barbarie se apoderó de las calles, remotas y vacías en la oscuridad de la noche. Rutas donde deambula la inseguridad, el espectro de las desgracias y los negocios sucios. Se han empobrecido las vías, rodeadas de basura arrojada por quienes esperan que le limpien todo y por la insensibilidad de quienes ven la muerte como un negocio.

La vida vale menos que el bolívar. Devaluado sin reformas, una y otra vez, aniquilado con un aumento todos los días. Los tristes billetes que se esfuman del bolsillo más rápido de lo que fueron guardados al salir.
En la oscuridad ronda el miedo y en las mañanas las colas se apoderan de las aceras. Calor, muchedumbre, estrés, gritos, desesperación y cajas de cartón como sombrillas; acompañan a quienes prefieren tener dos paquetes en sus manos que estar en un puesto de trabajo.

Y compran y compran, entre el bululú de gente, lo poco, que antes se conseguía al gusto propio. Pero sería casi una utopía imaginar a ese gentío protestando por soluciones, porque ya nadie quiere salir a las calles. Ya esas están curtidas de desventuras pasajeras.

Decepciones que suben y bajan en el trampolín de la paciencia y la resignación. Aún sientes las garras frías de la viveza incitándote a caer, a ser uno más del montón que piense: “por qué me voy a pelar esa ganga, cuando nadie se la pela”.

Turismo nacional con el disfraz de los infortunios. Un juego de beisbol, una corona más para la lista o una caja de “kurdas” los fines de semana, hicieron olvidar que los homicidios y la inflación siguen creciendo en tasas anormales.

Aumentó el precio del pasaje, pero nadie te paga el pantalón nuevo, rajado con los hierros oxidados del asiento en el autobús. Nadie reclama que sigan incrementando semanalmente los precios de la vida. Un país de lujos donde no se escala de la pobreza.

La educación se quedó pegada en la cartelera escolar. Los hospitales pasaron a ser los museos patrióticos, como fortalezas coloniales donde se reúnen los batallones a pelear por cualquier escasez.

La palabra “mantenimiento” fue obviada de la constitución. El mismo contexto de más de una década quedó paralizado en el pensamiento. Nada ha cambiado. Ni las carreteras ni la infraestructura. Estamos detenidos en el tiempo. Entre la politiquería y el contrapunteo de dos bandas, de dos equipos deportivos, de dos mentalidades.

Una noticia, que ya no puede ser divulgada. Una información que se quedó sin papel de prensa. Podríamos recorrer el “Niágara en bicicleta” y es que sin duda, hasta ese punto seríamos capaces de llegar. Porque somos el país que resuelve, pero con lo que nos queda.

Se han esfumado los talentos. Hemos olvidado lo que es el orgullo de una profesión por la necesidad de escapatorias, de no seguir aguantando atropellos. Buscando estabilidades en lo incierto, en lo que sabemos que no será igual. Porque hemos dejado nuestra piel impregnada de esta tierra. De sus ríos, de sus mares, de su clima tropical. Cada parte de nosotros pertenece a Venezuela.

Hoy, otras culturas se burlarán por decir que somos de aquí. Nos tildarán de un partido político o del otro, pero no hay sazón criollo igual, no hay platos sobre la mesa que tengan el mismo sabor. Somos una tierra de algarabía, somos lo contrario a lo correcto. Somos el: “hoy tengo y mañana no sabemos”.

Y sigue quemándose ese tricolor en partes iguales. Seguimos regalando los recursos que deberían hacernos sentir plenos. Pero ahí están, para que los aprovechen todos menos los que los merecemos. Hemos convertido la necesidad de vivir en la de sobrevivencia.

¿Y dónde están nuestros guardaespaldas? ¡Si es que los valemos! Dónde dejamos el último toque de queda dictatorial, si hoy vivimos en uno constante, que nos ha aprisionado en las noches. Un juego de ruleta rusa, que nos ha negado la posibilidad de disfrutar de la luna, sin la preocupación de no mirarla más.

¿Cuándo convertimos el miedo en parte del vestuario? Y dejamos la valentía en esos zapatos, que marcan pasos de dudas y peticiones al cielo. Hemos convertido los buenos chistes en burlas inconscientes de la realidad, que no sosiegan la presión mental que cargamos en la rutina.

Inmunizamos todo con un “mientras tanto” para no definir que ya estamos hastiados de tantas reformas, de nombramientos y leyes que más que ayudar nos empeoran. Ya no sentimos ni tranquilidad, ni paz… sólo costumbre.

La bandera la dejamos para tapizar calzados. Al escudo lo abandonamos en las lecciones de primaria. Y en cuanto a la moneda, seguimos recordando que sirve, pero para nada.  



Hoy nos despedimos de uno más, o de muchos. Rostros que van y vienen. Se quedan o no regresan. Somos la tierra de variadas alegrías, pero pasajeras. Estamos entre lo incierto y lo desamparado. No somos buenos ni malos. Somos conformistas. Somos bochincheros. Somos venezolanos.