De diciembre en diciembre me
perdí. Como una roca en el camino con la que tropecé. Un aporreo en el pie, un
dolor en las costillas, un morado en la pierna, un segundo en el que corazón se
detuvo. Y luego se siente extraño, porque creías conocer el camino.
730 días de morir y renacer. Con
cosas que quedaron y otras que pasaron a la sección del olvido ¿Puede todavía
el amor ser tan permanente?
… Más permanente que una foto
impresa, más genuino que una fecha de cumpleaños, más duradero que una huella
marcada en la historia, más entrañable que esa distancia que no se acerca, más
importante que un mensaje sin borrar, más inolvidable que un grato recuerdo.
Tal vez hoy mi memoria no mintió,
mañana puede que me engañe. Me duermo con el último pensamiento que me queda. Dormido
en mi recuerdo, como esas personas que se van y no regresan, que mueren
físicamente y dejan cicatrices mentales. Dormido en mi psiquis, como un
espejismo, algo irreal. Ese quien para este entonces no habrá ocupado mi cama,
no me habrá hablado, ni se habrá reído risueño por cualquier tontería… ese que
ya no sabrá quién soy yo.
Ese personaje de una historia
lejana que sigue reinando en mis sueños, ocupando un lugar en mi subconsciente
sin permiso y con autoridad. Cuyas vivencias perdidas en el espacio parecieran
provenir de un mundo paralelo, reflejando momentos que pudieron no haber
ocurrido. Simplemente esa persona desapareció de tu entorno, simplemente hay
quienes crees conocer y pasan a ser extraños. Extraños que quizá nunca
conociste.
Le pides a la cátedra del “valor”
que valore antes de perder, que la realidad de la vida no sea vivir de finales.
Haciendo rodar la ruleta rusa del sentir, en la que hoy puede caer blanco o
negro, pero nunca gris. Cambiando los sentimientos como pasando páginas de un
libro, sin recordar lo que decíamos en las hojas anteriores. Dejando pasar los
anhelos pasados, por los presentes.
Cada móvil de lo vivido pende del
techo, sostenido con ese nailon resquebrajado cuya carga pesada va cayendo al
suelo, haciéndose añicos. Salimos a la calle con una nueva careta, de sonrisas
o pesares, simulando el querer más profundo, por aquel que sí tenemos en las
manos.
Somos prófugos de la felicidad,
la que se escapa cuando menos lo esperas, como aquel invitado que nos embarca y
nunca dejamos de invitar. Morimos mil veces en nuestra psiquis a pesar de que
nuestro cuerpo nos exige seguir respirando.
Podremos estar resquebrajados por
dentro, recordar que los extraños del hoy, ayer no lo fueron tanto. Solo fueron
alguien más en el paso de la vida. Solo han sido el pasado de un futuro, el
instante más feliz de tu existencia convertido en una nueva agonía.