miércoles, 10 de septiembre de 2014

ZONA ROJA




Un disparo

¡Muerte!

No.... el corazón sigue latiendo...



Típico. Es rutina. Ya ganamos la corona del país más peligroso del mundo. Tenemos un caparazón preparado para la sangre. La violencia es más fácil que comprar una afeitadora.


Juegos de ruletas rusas que no paran de dar vueltas. Girando y girando, esperando quién cae hoy, riéndose ilusas de nuestro miedo, queriendo hacernos sucumbir como tantos otros han sucumbido y que la mortalidad siga creándonos fama.

Las etapas de la evolución en la vida han cambiado. Entre el nacimiento y la muerte hay sólo una opción: la incertidumbre.

Hemos habilitado nuestros sentidos para que después de las seis de la noche no se atrevan a deambular por las calles. En los suburbios se escuchan los disparos. Las películas nacionales violentas nos presentan la muerte, a manos del hampa, como su carta de presentación. Hay inseguridad en las esquinas, hay zombies como sombras en las rutas oscuras, hay más pistolas que comida.

Fuiste víctima de un robo. No sabes si sentirte afortunado/a por todavía respirar o pensar que has desvalorizado la vida. Tu pulso aumenta, tus latidos van al trote de una hora de cardio, sientes que has sudado frío en menos de 10 segundos pero en realidad no llevas ni la cuenta ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Qué hora es? ¿Qué día? ¿Qué estabas haciendo? ... Perdiste la noción de tu rutina... El malandro, ese ya debe ir bien lejos.

El zumbido de una moto aumenta tus pasos por la calzada. Sin tenerlo al lado, ya tus piernas tiemblan. Tomas con fuerza tu bolso, apuras el paso, cierras los ojos "¡Señor, lo que tenga que pasar que pase!"

Deseas que el chofer no vaya acompañado, que el modus operandi no sea nuevamente de un parrillero. Te alivias si ves que es una moto de costosa marca porque hay una probabilidad 8/10 que seas la próxima víctima. Te alivias si el que te atacó no lleva pistola.

El rostro del delincuente te persigue en sueños. Cierras los ojos y no olvidas su tez furiosa. La ofensiva que utilizó para arrancarte tus pertenencias. La mirada astuta de lograr su cometido y dejarte indefenso/a. Allí aún queda el recodo de curiosos que no hacen nada, sólo observan.

Por ese leve lapso de tiempo que pareció una eternidad recuerdas toda tu vida. Aún tienes aliento, saboreas la saliva que ya quedó helada y logras volver a respirar. Ese segundo en el que todo ya pasó y aún vives, te hace sentir que las oportunidades valen oro y que sólo te has vivido quejando, cuando hoy deberías sólo agradecer.

Una sociedad somnolienta, que no opina, ni comenta. Seres que dejan a la suerte no ser víctimas de la delincuencia. Raspando las opciones, dejando a la intuición y al destino lo que tenga que pasar. Ya no es la cadena de oro, ya no es el reloj, ya no es dinero, ya no es un teléfono... Ya es tu vida y otras tantas gotas más de sangre sobre el cemento.

Silencios de crónicas que quedan en las bocas de quienes lo han sufrido. En quienes han visto morir a un familiar pero no lo comentan porque saben que la justicia se fue de paseo. Tristes anécdotas pintadas en cuadros grises, de esos que no entiendes por qué se hacen, por qué te mantienen prisionero/a a un sistema ineficiente. Donde el que pueda robar, robe; y el que pueda matar, mate.

Nos volvimos prisioneros, somos los presos. Los esclavos de las rejas. Los que les dijimos adiós a las aventuras nocturnas y tememos que en la mañana nos toque ser la presa sacrificada.

Trabajamos rudamente para que nos roben nuestros ingresos, lloramos por injusticias de las que ningún ente gubernamental responde. Sin resguardos, sin seguros, sin protección, sin ley.

Presos de las casas hechas cárceles. De los muros eléctricos. De los candados en las puertas. De la preocupación de que si dejamos algo mal parado ya no aparezca.

Los cobardes de no tener para entregarle algo al choro que no sea la vida, de los que repasan las listas de los intentos y los asaltos presenciados en toda nuestra vida. Los prisioneros de escondernos lo importante en las zonas íntimas.

Sufrimos de miedo. Sufrimos de anhelos. De querer retroceder el tiempo y poder evitar tantas injurias. De izar al fin una bandera blanca de paz, como tantas otras veces hemos izado la tricolor en fiestas patrias.

Volviéndonos fieles amantes de una guerra sin escapatoria, en la que todos quieren hablar pero nadie quiere hacer. Sí. Somos el país más violento del mundo y por ello lo que está afuera de aquí no nos sorprende, nosotros vivimos tantas otras cosas multiplicadas al triple y aún así sobrevivimos.


Freya Farcheg