Las noticias gritan. El olor del
papel periódico entra por las fosas nasales congelando los pulmones, ya lo fabrican con hielo. Cada noticia golpea nuestra integridad, volviéndola una vasija rota. Los medios virtuales lanzan chispas desde los objetos tecnológicos…
no más, no más ¡No más!
La ceguedad nos atacó en
proporciones sobrehumanas. Fuimos contagiados por una enfermedad sin nombre que
no conoce de fronteras y cuando las cruza se vuelve incurable. No importa el
sitio que pisemos, el hecho es que perdimos el tacto y lo convertimos en falta
de humanidad. No sentimos, no razonamos, no analizamos… sobrevivimos.
¿Respetar un paso peatonal es un
delito? ¿Cruzar el semáforo en rojo es una prioridad? ¿Comprar en un
supermercado no puede dejar de ser una guerra, donde lo que queda son las
ruinas y el hambre? ¿Cuándo las papeleras pasaron a ser el decorado de los
postes y la basura el de las calzadas?
Nos volvimos invencibles en zona
de combate. Nos convertimos en los
fervientes enemigos de la tierra que nos vio nacer. La criticamos a
muerte, la hicimos polvo entre las manos, la destruimos a diestra y siniestra ¿Pero
en qué parte del pasado la quisimos de verdad? ¿En qué lección de colegio nos
enseñaron a ser nacionalistas?
Echamos al fuego las historias
que ya están plasmadas, atacando el pasado y dejando la esperanza al futuro. Olvidando
que las memorias ya son cicatrices, que las marcas de lo efímero al final
rinden cuentas. Relegando las muertes, la miseria, los suburbios, los presos
políticos… la libertad.
Estamos en cuarentena. Huimos sin
pedir respuestas. Nos hemos convertido en unos cobardes resignados a la
cobardía, buscando en otros destinos una esperanza que nos devuelve en derredor
a esta tierra hecha ruinas. Donde la sociedad se ha vuelto individualista, donde poco valen los intereses ajenos sin estar primero los propios, donde robar a nuestros hermanos de país vale más que ayudarlos.
Hemos teñido de sangre las
calles, borrando con pintura y asfalto lo que ayer eran manifestaciones de
libertad. El sentir se transformó en una carga, a la que preferimos relegar
para que ya no nos pese. Obviando que hay agujeros mucho más profundos que
aquellos que vemos en las vías públicas, hay agujeros de corazón, de nostalgias
en el pecho, ese corazón sediento del amor que ha volado como granos de arena
frente al viento.
Nos enfermamos de la fiebre de la ignorancia, nos
picó la plaga de la discordia, hemos abandonado en nuestro lecho enfermizo las
ganas de luchar, la esperanza... la paz.
Agotamos nuestros días en una rutina cansina, fingiendo lo que no somos, criticando a los demás, alabando lo que no es nuestro, envidiando lo ajeno, llenando las carteras de ego, simulando ser ese país de apariencias por lo cual no avanza... enfermos, vivos, tipo zombies, alejados del mundo... en cuarentena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario