lunes, 5 de octubre de 2015

Siguiendo el compás



Si algo no pueden decir es que no lo intenté... Que no mantuve la esperanza hasta el final, por aquello que dicen que es lo último que se pierde.

Aunque cueste decirlo, ya no se trata de esperanza, se trata de necesidad. De renunciar a lo que más queremos, por aquello que anhelamos, aquello que es primordial.

Bien dicen que debemos aceptar los caminos de la vida... pero es inhumano aceptarlos cuando nos han sido impuestos... como un obligación, como un régimen a cumplir día y noche, solo por las ansias de poder de unos cuantos.

Millones de seres al vaivén de un compás, solo por seguir la melodía. Como una corriente sin sentido, que no llega a ningún lugar, que solo va y viene sin resultado alguno.

Si algo no pueden decir es que no se haya mantenido la fe... como una cuenta regresiva infinitesimal, como un juego de lotería en el que nunca ganas y es que ¡Hasta los deseos se han echado a dormir!

"El último en irse que apague la luz". Lees eso y tu temperatura corporal cambia en segundos de caliente a fría, es que ya el alma se ha quedado helada. Hemos desconectado la señal y permanecemos inertes, con los ojos abiertos pero dormidos de mente, simulando seguir el compás, la marcha, la melodía y hasta la odisea de jugar a la guerra... donde lo que sobran son estómagos vacíos, ilusiones perdidas, miedo, angustia, pocas palabras y muchos deseos de volver a empezar.

Imitando a la mayoría que despierta, que ha perdido la ceguera, que ha dejado de vivir de la imaginación y se ha enfrentado de frente con la realidad.

Reconocer que en esta vida el que se apega nunca abandona, solo aguanta.

Que algunos sacrificios ameritan rendición y coraje. Porque aunque la valentía tiene patas cortas, cuando quiere las tiene bien largas.

Que aunque parezca difícil renunciar a la rutina a veces se vuelve insostenible aguantarla.


¡No! No es cuestión de poca fe, o falta de esperanza... Es disculparse todos los días con esta tierra, que aún nos impregna la piel y el corazón.

Y aunque me niego a dejarla ir... en esta relación amor-odio ya no cabemos los dos. Se hace justo y necesario decir adiós... no, perdón, hasta luego.

sábado, 11 de julio de 2015

Hay quienes ...

Hay quienes tienen la oportunidad de tener las cosas fáciles. 
Hay quienes tienen la oportunidad, pero no la aprovechan porque no es su destino. 
Hay quienes se esfuerzan día a día en trabajar duro para lograr una oportunidad. 
Hay quienes luchan a diario pero siguen manteniendo la esperanza de surgir. 
Hay quienes no valoran porque siempre han tenido todo sin esforzarse. 
Hay quienes trabajan y poco disfrutan el fruto de su labor. 
Hay quienes saborean cada instante como si fuera el ultimo y aprovechan cada bendición recibida. 
Y hay quienes sin duda, no les ha tocado fácil conseguir las cosas pero le han sacado provecho a cada oportunidad para surgir, para esforzarse y aunque a veces pierden la esperanza de lograr el objetivo lo mantienen como un norte y solo por eso son unos guerreros! 

FF

sábado, 27 de junio de 2015

¡Soy periodista!



Soy periodista!!! Sí!! Y lo volvería a ser mil veces. 

Hace poco leí: "la felicidad toca una sola vez a la puerta y no se puede posponer". La vida tiene fecha de caducidad, el tiempo se pasa volando y una sola vida no alcanza para hacer todo lo que queremos hacer, pero sí para decidir cómo vivir. Quien ama lo que hace tarde o temprano llega a ese camino, inevitable, sin titubeos, sin paradas, pero con mucha precisión. Y poco a poco vas cosechando un norte, un objetivo claro, aunque te digan que no lo hagas, tu afán te hace superar barreras y escalar un sueño. Mi sueño siempre fue ser periodista, insertarme en ese mundo tan deprisa, lleno de críticos pero dichoso de sabidurías. Calzarme una piel diferente para cada ocasión, para patear unas tantas calles de improvistos, de horarios no planeados, y de risas y momentos inolvidables con personas que pasaron a ser más compinches que compañeros. Forjar cada paso con sabiduría, aprendiendo por demás y demostrando que el periodista no es el que "copia y pega" sino el que para cada caso tiene una respuesta, una determinación y una voluntad inigualable frente a cualquier otra profesión. Porque así no sepamos de medicina, matemática, electricidad, ingeniería, o leyes; nos ha tocado aprender de TODO para entrevistar, para informar, para nutrirnos como humanos y solo por ello y por muchas cosas más somos unos camaleones, somos multifacéticos y emprendedores. ¡Feliz día del periodista! 🎥📻📰 #periodismo #comunicacionsocial #27dejunio #felizdia #venezuela #libertaddeexpresion

viernes, 26 de junio de 2015

Dilema

La pantalla se vislumbra frente a mí. Inerte, rígida. Pero mientras la observo de lejos mis manos tiemblan, mi mente da vueltas. Imprecisa, insegura, llena de complejos, de orgullos y egoísmos. Presa de costumbres y otras tantas suposiciones, y me abstengo a la conciencia, que aclama y no se apega, que repudia y de vez en cuando miente, todo con la idea de hacerse sentir mejor en un momento de angustia. Todo por el afán de no decir los sentimientos, y que se queden presos, culpables de un crimen que no cometieron, y si lo hicieron fue con todo el placer de la palabra.
Sí, mandar un mensaje a un extraño, que antes no era tan extraño, cuesta. 

Y hemos de pensar en los recuerdos, en lo que fue y no fue, en que somos unos soberbios y otras tantas veces unos cobardes que sabemos tantas veces lo que queremos pero no como conseguirlo, porque tenemos miedo, porque las preguntas sin respuesta aterran y porque a veces es mejor la incertidumbre que enfrentarse de frente a una cruda realidad. 

Cuándo enviaremos un mensaje sin pensar antes en las consecuencias, cuándo besaremos en una calle repleta de personas sin importar el qué dirán o el que pensarán, cuándo aceptaremos que algunos tabúes son los mayores placeres de la vida, como hacer el amor y no dejarlo ir ¿Cuándo dedicaremos tiempo a ser felices? 

Cuándo entenderemos que tenemos una fecha de caducidad, y que no pide permiso para llegar. 

Porque a fin de cuentas necesitamos lograr lo que queremos, necesitamos intentar y reintentar las veces que sean. Porque nacimos para batallar y ganar la guerra. #heahíeldilema 

lunes, 16 de febrero de 2015

Yo solo quería un cuaderno…


A la poca luz de una vela escribo en mi diario… sí, frente a la escasa luz de una cera que se va derritiendo con el calor, y que me acompaña en un nuevo apagón. Esos que se han vuelto más frecuentes con el pasar de los años.

Hoy acompañé a mamá a comprar los útiles. Comenzó un nuevo año escolar y tenemos una misión: comprar el cuaderno. Pasamos la tarde caminando entre el calor y el bululú de gente andando por las aceras. 

Una papelería se vislumbró prometedora desde que nos paramos frente a las vitrinas. Entré impaciente, y corrí por los pasillos de la estancia, entre anaqueles de papelería multicolor, pero la extrañeza se fue convirtiendo poco a poco en certeza… la gran mayoría de los anaqueles estaban vacíos y cuando le preguntamos a una empleada por los cuadernos nos respondió la frase que ha pasado a ser lo más corriente en años: “no hay”.

Las lágrimas amenazaban por colarse por las rendijas de mis ojos. Mi mamá intranquila acotó: “sólo quiero uno, basta solo uno”, pero la respuesta de la chica fue contundente: “están escasos”.

                                                                  …

Los desvencijados autobuses pitan imprudentes cuando pasan por las improvisadas paradas, la gente guindando de las puertas nos alertan que debemos esperar el siguiente. Misión incumplida. “Será otro día con suerte”, le dice mi mamá a mi desesperanza y a mis 10 años de edad, mientras me toma de la mano para esperar el transporte público.

Se detiene una unidad que al fin parece ir más vacía, pero también más destartalada. Mi papá siempre comenta que el siglo XIX no ha pasado, diciendo: "nos quedamos con las ganas de ser los Supersónicos y seguimos siendo los Picadiedras". 

Mis manos temblorosas se apoyan contra la ventana sucia, afuera se vislumbran las vías rudimentarias de una ciudad que parece más un caserío.

Una costosa valla aparece delante de mis ojos alegando que los entes municipales invirtieron una cuantiosa cifra en materia de asfaltado - ¡Tiembla el destartalado bus al caer en el mismo hueco de la otra vez! – por un momento olvidé lo que estaba viendo minutos antes ¡Ah sí! Hablaban de pavimentación.

Mi mamá me nota pensativa y comenta sobándome con una mano: “Tranquila, que así sea una libreta te consigo”. “Sí mamá”, le respondo, mientras sigo observando lo que ocurre en las calles. Una señora de la tercera edad arroja una bolsa de basura desde el tercer piso de un edificio. Desde el segundo piso de dicho edificio un niño bota el envoltorio de un helado, cuando logra desenvolverlo. Un frutero en la acera le arroja una piedra a un perro callejero, para espantarlo del puesto ambulante donde trabaja.

Una señora obesa le saca la mano al bus para que se estacione a recogerla, mientras con el otro brazo sostiene una bolsa de productos que son difíciles de conseguir (comienzan los susurros en el bus sobre el posible lugar donde los compró). Se logra montar en el bus y cuando le preguntan por sus compras explica entre risas que son “para revender y ganar alguito adicional”. Yo aún me pregunto qué quería decir con eso.

Un indigente se monta en el bus para vender caramelos, su camisa roja tiene aquella extraña mirada en el centro, de aquel antiguo presidente que ya no está, y que me han citado en los libros del colegio con más frecuencia. En ese momento el señor agrega que el gobierno no lo ha ayudado a pagar una operación y que necesita “lo que nos salga del corazón”.

La señora del asiento de adelante se termina de tomar una malta y arroja la lata por la ventana. El colector del bus empieza a cobrar los pasajes y se queda con el sencillo. Un bebé se pone a llorar porque comenzó a llover a cántaros y los pasajeros se ven obligados a cerrar todas las ventanas del transporte, intensificando el calor. Los gorros plásticos y pintorescos se hacen más frecuentes entre las transeúntes, en realidad no son gorros, son bolsas para evitar que se dañe el secado de la semana.

En la próxima acera un anciano saca la mano para que el autobús se estacione, pero el chófer lo ignora para “comerse la luz” roja del semáforo y pasa tan rápido que empapa al anciano con el agua de un gran charco.

Llegamos a la parada y nos bajamos. Aún sigo pensando en mi cuaderno, siento que el día ha sido demasiado largo, pero mi mamá agotada ha tenido días peores. De lunes a lunes sale bien temprano a hacer las compras del hogar y se le van horas sin descanso en colas que no dan para comprar todo lo necesario. Un día le pregunté: “¿Mamá esto ha sido siempre así?” y ella me responde: “no hija, los tiempos han cambiado”.

Sí… mamá luego de dos semanas me logró comprar un cuaderno, no es el más bonito, pero es el que necesito. Quizás algún día tenga mejor suerte. Esperen, acaba de llegar la luz… ¡Al fin dormiré!, no sin antes colocarme en el cuerpo un menjunje casero que preparó mi mamá. Me ha dicho que las enfermedades abundan y no hay ni repelentes ni remedios.  

martes, 3 de febrero de 2015

Mariposa


Una pequeña niña me habló. Se paró de su rincón de sueños y me comentó de sus aspiraciones, aunque esa palabra es demasiado grande para una niña con tan baja estatura.

Me habló con seguridad, sin titubeos, aunque noto en su mirada una pizca de desconfianza. Mantiene la distancia, aunque parece saber lo que quiere se comienza a notar que como todas las personas, también hay algo que la vuelve débil.

Ella nunca ha creído en príncipes, pero sí en los amores eternos. Alguna vez fue risueña, muy en el fondo lo sigue siendo, pero una tormenta la dejó devastada, se llevó todo lo que tenía, la dejó con las manos vacías, buscando luces en oscuridades, sonrisas en lágrimas... y entonces se refugió en su rincón.

Poco a poco fue construyendo un muro, un muro invisible que la volvió ciega a las ilusiones. En ese muro colocó como baluarte su fortaleza, la incorporó como una capa protectora.

Un día esa fortaleza se derrumbó, las mariposas aletearon impacientes frente a ella y quedó hipnotizada con tan maravillosos colores, una mezcla de gris y verde... ahí estaban esos animalitos pintorescos.

Por un momento creyó que las mariposas eran eternas, y abrió su corazón. Sus muchos tropiezos no la hicieron detenerse, no escuchó las precauciones... creyó, de verdad creyó que no habría otra batalla perdida... que había ganado la guerra.

No... las mariposas comenzaron a morir, sus alas empezaron a despedazarse, fueron volviéndose polvo entre sus manos, sus colores se esfumaron entre tanta candela... y ardía... todo lo maravilloso fue ardiendo y ella gritó, gritó como pudo, corrió devastada antes de que le tocara a ella morir también... no miró atrás, solo huyó... y se escondió de nuevo en su rincón, forjando una puerta inquebrantable delante de ella, que no pudiera volver la ilusión, que no regresara aquel velo invisible que la protegía pero no la cegaba a la injusticia.

Su ilusión la hizo crecer de un solo golpe, la convirtió en mujer antes de tiempo, creyendo que el tiempo es sabio se sorprendió ahogada en sus propias lágrimas, se sorprendió extrañando a la mariposa que aún entre las cenizas seguía aleteando entre colores grises y verdes, esa que en la distancia le pedía que no la dejara atrás, esa que no quería que le dijeran adiós. Pero es que la niña no huyó porque quiso sino porque era su deber. No huyó por no amar, huyó por el dolor de ese amor.

Encarceló a su corazón para no salir herida y lo destinó a un camino de paz... pero sin amor.

                                                                          ...

Algunas veces extraña las mariposas, entre grises y verdes, que aleteaban contentas. Aunque cree que su ser risueño sigue en lo profundo de su corazón, no quiere hacerlo aflorar. El miedo se volvió su acompañante más seguro, es su padre adoptivo, él que la guía de la mano, con su flux, su sombrero negro y aquel bastón de viejo; el miedo se ha vuelto su ángel guardián.

Cuando le toca salir a la calle lo hace con su padre, agarrada de la mano como niña buena, con sus vestidos de colores y cabello en trenzas. De vez en cuando mira a los lados, pero termina arropando la pierna de su padre con las manos y le dice asustada que no le suelte la mano, porque aunque se siente ya grande, sigue siendo pequeña.

Se ha acostumbrado a permanecer en el rincón, no quiere mostrarse al mundo por miedo a salir herida, por miedo a ver morir mariposas y sobre todo porque no quiere reconocer que aún, en ese órgano sentimental el amor más profundo sigue presente y aunque lo ha reprimido de una y mil maneras en esta oportunidad el tiempo no fue sabio, sino que ha servido como el juez de su conciencia... por haber dejado atrás a su pequeña mariposa.


domingo, 1 de febrero de 2015

Derrotados... sin empuñar la espada




Una tierra de sueños nos vio nacer, próspera como ninguna, feliz. Privilegiados de tener tan cerca el mar, de mirar arriba y descifrar al instante las formas en las nubes.

De cierto eso de que nada es para siempre y hoy nos carcome el miedo. El terror nos fue inyectado en la sangre, y como un virus letal nos mantiene enfermos, como una tuberculosis nos está matando... y aún en nuestro lecho de muerte tenemos esperanza de sobrevivir. 

La luz se vuelve difusa, estamos impregnados de oscuridad, se nos adelantó el juicio final y suplicamos al cielo una respuesta que no parece llegar.

Nuestras lágrimas parecen inagotables. Gota a gota manchan nuestra alegría ¿De qué sirve vivir si somos prisioneros? ¿De qué sirve ser bueno si vivimos encerrados como si fuéramos los malos?

Hemos comenzado a creer que no hay salidas y nos hemos vuelto los mudos de esta historia, la historia que no se hizo para los sentimentales, la historia que dejó de tener un final feliz. 

Nadie sabe lo que sufre, sólo sabe que el dolor tiene una magnitud ilimitada y va tomando un espacio fijo. 

Hay gritos amargos en nuestro corazón, hay una fuerza que quiere salir pero no sabe cómo, hemos olvidado en qué lección de colegio nos dieron la clase de la valentía, porque no sabemos cómo sacarla a la luz y creemos que cada día puede posiblemente ser el último ¿Y cómo le decimos a la vida que sea nuestra heroína si la vencedora sigue siendo la muerte? 

¿Dónde está la respuesta a tanta lucha? ¿Dónde están los resultados de los sacrificios? 

Palabras van, palabras vienen. Todas buscan tener la razón. 

Nadie se siente capaz de vencer el miedo y éste sigue riéndose de la cobardía. 

Hemos vuelto a ser niños en cuerpos de adultos, asustadizos de la oscuridad, infantes esperando que los grandes asuman responsabilidades, mientras nuestro alrededor va cayendo como hileras de piezas de dominó. 

Hoy puede que la pieza que caiga sea la tuya ¿Has imaginado que puede ser tu final? ¿Y por qué no? No seríamos ni los últimos, ni mucho menos los primeros de una gran lista de derrotados... los que ya han partido, en su mayoría, no se imaginaban fuera de este mundo tan rápido. 

Sí, el miedo sigue en un espacio específico del corazón, preparó su reinado y trono en él... y mientras seguimos pensando en sacarlo sin siquiera intentarlo. 

sábado, 24 de enero de 2015

La historia de un país



Laura es periodista. Tiene 25 años. A los 16 soñaba con aparecer en las revistas, animar un programa o escribir en el periódico más reconocido del país. Hoy está desempleada. Se graduó hace dos años y no consigue un trabajo estable. Sus colegas le dicen: "¿ya pa' qué? Si ganarás una miseria". Los medios de comunicación se cuentan con las manos. Nadie conoce una programación diferente que aquella que quedó varada en los noventa. La cultura y los buenos valores quedaron en 1998, cuando Laura (con 8 años) soñaba que a su actual edad estaría estable económicamente. Hoy comenta que trabajar duro no vale de nada, porque una quincena y un último nunca serán suficientes en el "país de la inflación".

Luis es ingeniero mecánico. A los 12 años su padre fue asesinado por unos delincuentes al oponerse a un robo. Le tocó hacerse cargo del hogar. Con empeño estudió y trabajó desde el primer semestre. Hoy ejerce la profesión que menos esperaba desempeñar: es oficialmente un taxista. Alega que le va mejor en el oficio de chofer. De vez en cuando cuenta chistes con los pasajeros y los escucha quejarse todos los días de lo mismo. Entre "los mismos cuentos" se le han ido cinco años. Hoy tiene 31, dos hijas y una esposa. Gracias a Dios tiene su carro desde los 16 porque al sol de hoy no ha podido reemplazarlo. Dice que mejor le ha ido de taxista que de ingeniero.

Rodolfo es abogado. Tiene 32 años. Mata "tigritos" de vez en cuando, pero repudia la justicia en el país. Confiesa que más fueron las leyes que aprendió que las que se respetan. En algún momento soñó con ser juez y un día se arrepintió cuando unos policías le "matraquearon la quincena" un fin de semana porque querían comprar alcohol. Carece de trabajo fijo, le ha ido mejor llevando casos de conocidos y allegados. Cuando su hijo le dijo que quería seguir su ejemplo de abogado, le respondió: "¿para qué hijito? si millones de abogados se gradúan al año en el país sin ley".

Martha es médico cirujano. Planea inclinarse por la especialidad de otorrinolaringología. Desde pequeña sus papás le decían que ser médico era lo mejor que podía hacer para ser alguien en la vida. En realidad estudió medicina por vocación. Haciendo guardias en hospitales le ha tocado ver salas de emergencia en decadencia, pacientes convalecientes esperando por el turno de ocupar una cama y hasta mandar cadenas a ver "¿quien sabe de un lugar donde vendan suero?". Tiene 26 años, recuerda cuando era pequeña y su papá le decía: "hija, si Venezuela llega a ser socialista lo que vendrá será miseria". Sí, ella creía que era un chiste, que nunca pasaría...

Richard es veterinario. Tiene 42 años. Su mamá se rió cuando le dijo lo que quería estudiar. Pero su vocación fue más grande al ver que los animales eran en su mayoría despreciados en las calles. Hoy tiene una clínica veterinaria y cada vez que puede coloca avisos para dar en adopción a animales, en actual situación de calle. Por un momento se alegró de que existiera una misión que les diera asilo, luego recordó que todo ha sido un montaje. Sí, 15 años de parodia no parecen ser suficientes.

Verónica es docente. La profesión que debería ser más reconocida a nivel de salario califica con cero puntos en la escala monetaria. Estudió la carrera porque desde pequeña se imaginaba inculcando valores e impartiendo sus conocimientos a varios alumnos. Por cosas del destino le tocó trabajar en una escuela pública, ha visto desde embarazadas a los 11 años hasta adolescentes amenazado a compañeros con armas. Sí, no todo es como lo pintan. Pero aún puede santiguarse al llegar y salir de la escuela porque aún tiene vida.

Ramón maneja un autobús. Tiene 58 años de edad, 30 años en su faena de chófer y tres cicatrices producto de tres heridas por arma de fuego. Su negación a un robo casi le cuesta la vida. Hoy no le queda de otra que entregar lo que tenga al hampa. 30 años es igual a 45 robos, de los cuales 20 han sido a plena luz del día. Ya después del décimo optó por decirle a los maleantes: "sí me van a robar llévense todo menos el bus, que de eso vivo"... Uno de los que lo atracó se montó un día a pedir plata a los pasajeros para la suegra que "tenía enferma".

Rosa se quiere ir del país. No ha empezado a estudiar en una universidad por eso. Todos sus amigos le dicen que se vaya, que es la mejor opción. "Este país se lo llevo el Diablo", le escuchó decir a una señora en el supermercado. Exagerado o no sabe que las cosas van mal. A sus 16 años la han atracado dos veces. Los choros le exigieron en ambas oportunidades como primera opción su teléfono, ella optó por darles la cartera de una vez, ya que ha aprendido que aquí la vida vale menos que un aparato. En las dos oportunidades los malandros eran menores que ella.

***

Historias corrientes de gente corriente... Se quedan cortas las palabras para contar otras tantas más. Pero van enumerando listas interminables de desenlaces, de miedos, de angustias, de infortunios. Todos llevamos cargas pesadas, esperanzas perdidas y nostalgias en el subconsciente. Todos esperamos un cambio. Una nueva oportunidad que evolucione las historias de los jóvenes, de los adultos, de los ancianos, de los niños.

Ellos no son diferentes a nosotros. Son nuestros hermanos de país. Son quienes hoy cargan huellas pesadas de fe. Siguen soñando por ahora, o quizá ya abandonaron sus sueños.

El reloj sigue corriendo... El tiempo se detuvo... Siguen pasando los meses, los años... El destino de cada uno de nosotros continúa escribiéndose.

¿Cuántos adioses dirás hoy?
¿Cuántas historias parecidas escucharás?
¿Cuándo cambiaremos la película?...

Sí, esta es la vida de un país. De una rutina constante. Sin cambios, sin prisas. Con inmensos sosiegos y desdichas. Esto ya es parte de Venezuela.

Y tú, ¿qué esperas para reescribir la historia?

Sin límites



Somos terrícolas, sí, pero no sólo de esos que habitan en La Tierra, sino de aquellos que portan grilletes de esclavitud. Desde que estamos pequeños, y nos enseñan las lecciones del abecedario, aprendemos entre las palabras comenzadas por “L”, la famosa: libertad. La lección que no aprendemos de esa unión de letras es a cómo obtenerla, y por mucho que preguntamos desde que comenzamos a andar en bicicleta o cambiar las camisas de grados escolares, nadie nos da una respuesta definitiva, porque en el fondo vivimos de límites, no de libertad.

Aprendimos que habitamos un país de los 195 que hay a nivel mundial, que tenemos un idioma y una jerga característica de nuestro territorio. Aprendimos que hay diversas culturas y gentilicios, que las personas tienen distintos colores de ojos y piel, que hay miradas achinadas y hasta rasgos africanos; así como acentos toscos y refinados.

Conocimos la variedad de idiomas que componen las sociedades del mundo y cómo nos limita el hecho de no saber qué significan para comunicarnos. Vivimos de fronteras compuestas en realidad de mares, tierras y vegetaciones. Fronteras que para la sociedad son muros y alcabalas que nos impiden ser libres.

Limitados por normas sociales, somos los extraterrestres de nuestro propio planeta, somos los extranjeros en esos aeropuertos en los que pisamos terrenos desconocidos, adaptándonos a nuevos pensamientos, idiomas y culturas y dejando atrás todo lo conocido. Destinados a cruzar el mundo por pedazos, sin que nos quede un retazo propio, sin que nos dejen de poner cadenas cada vez que intentamos mover los pies.

Mientras más límites nos coloquen, más volveremos en derredor al principio. A aquellos genios que nos han dejado estampas del saber; a los aprendizajes, que sin importar idiomas, se han extendido a toda la humanidad; así como todos los aconteceres políticos, religiosos y culturales cuya globalización ha permitido que se conozcan. Al final somos iguales, somos una Pangea, conformada por quienes, aún diferentes, provienen del mismo origen.

Nacimos para tolerarnos, para escucharnos, para entendernos y tomarnos de las manos en los momentos difíciles. Para entender que somos hermanos, con jergas y acentos diferentes pero con el mismo intelecto, ese que sin conocer de fronteras nos abre el camino necesario para proyectarnos y desenvolvernos en sociedad.

Quien cree en los límites, ya se está limitando por cuenta propia. Debemos reconocer como humanos que los límites nos los hemos impuesto nosotros mismos, y que lo primero que compone las limitantes son los miedos, aquellos que se apoderan de nuestros sentidos y del pensamiento cuando deseamos tener la determinación de lograr algún objetivo.

La gran diferencia entre los límites y la libertad es que el primero se compone de miedos y la segunda del valor. De aquella valentía que necesitamos para dejar de ser conformistas, para salirnos de la zona de confort y perseguir nuestras metas. Dejemos de creer que no podemos tener el control de las situaciones, porque aunque estemos en lugares desconocidos, todo tiene un giro definitivo y siempre hay una salida al final del túnel.

Debemos convertirnos en los guerreros que destruyan los grilletes que nos oprimen como sociedad, que nos atan a normas sociales y nos hacen depender hasta el fin de nuestros días de una esclavitud creada por aquellos que nos hablan de “libre pensamiento”. Comprender que todos somos iguales, que a pesar de las limitantes que existan entre todas las naciones y entre tantos pensamientos, somos los únicos que podemos perseguir la verdadera libertad mientras estemos unidos.



Escrito por Freya Farcheg para puntonaranja.com.mx

Reflexión



"Como nos vamos de este pobre país sin que el trauma del desplazamiento sea peor que seguir viviendo en esta ruina" ...

Me conseguí ese texto entre algunos que siempre guardo cuando me gustan... He de admitir que tiene una parte cierta. Muchos se preguntarán ¿qué se siente vivir en Venezuela con tantos problemas que hay? Para muchos ya se ha convertido en una costumbre, estamos acostumbrados a las malas noticias, estamos acostumbrados a subir "el Niágara en bicicleta"... También está el hecho de ¿cómo ayudar a que las cosas cambien si se ha intentado de todo y lo que menos hay es unidad?

Sí, aunque parezca mentira, vivimos en una encrucijada, estamos entre una espada y la pared, inclinándonos hacia la primera opción que salga, trabajando para tener dinero que sólo alcanza para comer (y si acaso), con profesionales ejemplares que no hayan que hacer con sus carreras. Los jóvenes o adultos nos las estamos viendo difíciles, y una de las primeras opciones es ¿será que me voy?... Sí, aunque para muchos suene descabellado huir de su país, para nosotros esto también se ha vuelto una costumbre. Poco a poco hemos tenido que decirle adiós a nuestros amigos, familiares y conocidos, entre lágrimas los hemos visto partir. El mundo entero ha pasado a ser un rompecabezas de Venezuela, cada país tiene sus piezas.Y en serio ¿será lo mejor? Irse también nos hace abandonar nuestro confort, nuestra identidad, porque afuera somos simplemente "los venezolanos", los extranjeros, hay una parte de nosotros que sigue impregnada de esta tierra...

Sí, hay que buscar salidas para lo imposible, quien quita que entre la espada y la pared también existan soluciones. Puede que algún día esa pared se derrumbe o el que alza la espada decida arrojarla... Al final de cuentas, en Venezuela nos sentimos también extranjeros, sin derecho a opinar de nuestro país y afuera sucumbimos al trauma de ver sufrir a quienes queremos. Sí, como dice este texto: "más profundo es nuestro dolor, cuando nos vencen con nuestras propias armas".


Nada le duele más a un venezolano que Venezuela.