lunes, 5 de agosto de 2013

Lo bueno jamás se olvida...


Un lápiz y un papel… ese es mi mundo resumido en una frase.

Los años han cambiado el tamaño de mis manos, aumentaron mi estatura, forjaron mis facciones de acuerdo a la edad, modificaron mi letra con la urgencia de una rutina adulta… pero el pensamiento sigue siendo el mismo.

Letra a letra he llenado párrafos. Símbolo a símbolo he formado un estilo. Desde esa niña que con las piernas cruzadas inventaba historias, hasta la mujer que aún consigue reflejos de inspiración en cada detalle que se cruza en su camino. Escribir es desahogo, redactar es un respiro.

Cada vivencia me da motivos para imprimir palabras de tinta sobre blanco. Del blanco al negro formo una historia, una más de tantas que arman una biografía; logran esquemas, plantas ideas, dan de pensar a los poetas.

Quien escribe es como un pintor… cada uno entiende su arte.

Nunca concebiremos del todo de que escena resulta un escrito, solo el que redacta lo sabe.

Ahí regreso a esos diarios con candado de la niñez o a esos bolígrafos con muñequitos que fueron desgastándose en palabras. Objetos que se perdieron en cajones de una alcoba.

Regreso a las madrugadas donde el insomnio no dejaba otra solución que perderse en el abecedario por un rato. Donde observar la luna también traía retazos de poesía.

Quizás podría recordar la omnipresencia del mar, aquella infinita manta líquida, ondulante y azul que se lleva nuestros sueños a lugares que solo él sabe y al que podemos confiarle secretos, aún cuando no nos responda.

Los cuadernos también cambiaron, se volvieron adultos… ya no importa escribir con bolígrafos multicolores para “hacerlo más bonito”, ahora lo serio basta. Entre el azul y el negro se escriben pensamientos verídicos, llenos más de experiencia que de sueños, monotonías reales en la vida de cualquier mayor.

Qué insignificante parece la niñez hasta que se pierde. Qué largo se hace el tiempo entre cada juego, hasta que llega la hora de guardar los juguetes en el closet y dejarlos conversar únicamente con el polvo.

Toda la ironía de pensar en lo corta que es la vida, subestimando ese tiempo que nosotros mismos perdemos en ocupaciones. ¿Para qué pedir espacio adicional en el reloj si siempre alegamos que no lo tenemos para nada más?

Hay cosas que no cambian, entre ellas los recuerdos… y lo bueno jamás se olvida.

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