lunes, 5 de agosto de 2013

¿Dónde se esconde el amor?



Con cinco palabras comienzo este escrito. Cinco partes dispersas que forman esa incógnita incontestable. La que muchos quisiéramos en este momento descifrar.

Sería preciso cerrar los ojos y sumergirnos en nuestra imaginación. Ver aquellos destellos negros, rojos y azules que cruzan la mente cuando no podemos ver… y preguntarle quizás a nuestro cerebro donde guarda aquellos pensamientos que aún conservamos como si fueran de hoy.

Detalles, colores, aromas, texturas, lugares… todo parece no haber pasado… como si siguiéramos en la misma estación, sentados y a la espera.

Podría preguntarle a la almohada donde guarda tantas noches de insomnio… tratar de pedirle a la luna una estrella fugaz que me haga seguir deseando una respuesta.

También sería bueno, quizás, volver a mirar por 101 vez aquel mensaje que aún conservamos en un móvil, para tratar de entender si las palabras pintaban una realidad o simplemente fueron parte del momento.

¿En qué lugar de nuestro cuerpo guardamos las vivencias?... aquellas que nos persiguen como fantasmas de una casa abandonada, van detrás de nosotros queriendo capturarnos como presas. Sin escapatoria, sin opciones.

¿En qué lugar se ocultan los sentimientos? Entre el silencio del pensamiento y las ganas de cambiar el porvenir.

¿Cuántas veces repetimos que queremos regresar el tiempo? Para no haber vivido algo o cambiarlo.
Y volvemos a desperdiciar la juventud entre los orgullos y los miedos… consumiendo las oportunidades de decirle de una vez lo que sentimos, a ver si somos o no correspondidos.

Entonces tratamos de descifrar nuestra mente, de pedirle que no materialice más una memoria y nos topamos con las ganas de leer el pensamiento ajeno, para ver si esa persona también siente lo mismo.

Cambiamos el sitio… cambiamos las estaciones… pero seguimos deseando sin frenos. Entre la tensión y la energía de desaparecer nuestro entorno, de dejar una pantalla en blanco en la que solo estés tú con él, y esas ganas de que no existan más distancias.

Podría entonces esconderse el amor en la rutina… en ese tiempo solitario que tratamos de opacar con la mayor cantidad de quehaceres posibles, para así olvidarnos de que no tenemos un tiempo compartido.

Invertimos nuestro espacio en tareas, nos llenamos de obligaciones, de estereotipos… y al final nos decimos: “oye, que rápido se fue la vida”… pero realmente nunca nos dimos el chance de disfrutar lo que más queríamos.

Podría ocultarse en tantos deseos infantes, en los sueños de un adulto, en las pausas de los ancianos… O tal vez, en las miradas encubridoras… en aquellos ojos que dicen mucho pero no hablan nada… en todo lo que tememos y en lo poco que enfrentamos.

Quizás en aquellos amores que vivimos solo por estar acompañados… por poner la mente en mute… por dárnosla de valientes.

Somos capaces acaso de eliminar uno a uno esos impulsos… de calmar los instintos y la sed de experimentar… pero no de defender lo que es nuestro, de intentar descifrar los deseos contrarios.

¿Dónde se esconde entonces el amor? Entre los logros y los infortunios, en las lágrimas y las sonrisas… en la soledad de las memorias.



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