miércoles, 12 de octubre de 2011

El ARTE de dañar


Un arte... eso es. Se pinta como una obra, que llega en el momento en el que menos lo esperas. Silencioso, meditabundo, directo.

Se cruza en el camino y al cumplir su cometido no deja rastros en su víctima, ni pistas del inicio o fin de su plan maléfico. Sólo huellas, cicatrices.

Heridas que se multiplican por el cuerpo, tal como una sombra te acompañan. Quedan marcadas para siempre en el corazón, en la mente y en el alma.

Quien hace daño nunca sabrá no hacerlo. Jamás sabrá sanar un hematoma, una cortadura, un desconsuelo. Jamás velará por un cariño y un amor sincero.

Tal como las pinturas que colorean un retrato, se esparce como finas capas en el cuerpo, se hace parte de nuestros sentidos, captura los detalles y vuelve inquebrantable la voluntad.

Destiñe los colores con su tormenta de oscuridad. Mancha sin decoro la vida, la esperanza y la fe.

Es un dolor incesante, despiadado, frío y neutro. Llena los ojos de lágrinas, gotas silenciosas que hieren.

No conocemos su destino, ni de dónde surge cuando se desplaza por el sendero de la vida y se interpone en el camino. Es como un invitado no esperado, que llega a la puerta y disfruta de los deseos. De los sentimientos más añorados que poseemos, volviéndolos suyos.

No pide razones, no da explicaciones.

Como una víbora se alimenta de los cuerpos, esparce su veneno por la sangre. Hasta agotar la voluntad. Matando de tristeza y desolación.

Aprendemos del daño y de la experiencia. Porque es más fácil perdonar que olvidar.

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