sábado, 26 de enero de 2013

"El más allá..."



El reloj se escucha a lo lejos... marca su tic-tac característico... difícil de escuchar a metros de distancia, pero en el momento en que te acercas al objeto con dos agujas sientes el correr de los segundos y minutos, que pausadamente evaporan el tiempo que te queda.

Fueron al parecer los mismos seres humanos los que empezaron a contar el universo... 365 días al año que corren bajo nuestros pies y aunque estemos estáticos en un lugar, ese relojero sigue sentenciando el final. 

Sin fijarnos en el porvenir, éste va ganando espacio en el cuerpo. Con juventud desafiamos al destino, incapaces de anticiparlo, pero no podemos ser ajenos a los cambios que ocurren alrededor. 

Aquellas lejanas décadas cuando las manos de nuestro padre eran rígidas y fuertes, sus brazos musculosos nos cargaban sin molestias y su sonrisa no dibujaba en su tez esas "patas de gallina", a ambos lados de sus ojos.

Aún recuerdo cuando de pequeña me decía con gracia que algún día sería viejo, remedaba a los de la tercera edad con la parodia de un bastón y la falta de dientes. 

No podría olvidar la risa estridente que hacia retumbar toda la casa de entusiasmo, la cual se fue consumiendo poco a poco en el silencio...

Sería imposible omitir el cabello oscuro de mamá, que hoy se pinta de canas... No podría obviar su perfume cada mediodía al llegar del trabajo, el olor dulce que llenaba su armario, el cual me costaba escalar sin ayuda de una silla, por la poca estatura de mi niñez.

Hoy, mi tamaño supera el suyo, y aunque su olor sigue siendo el mismo, va acompañado poco a poco de menos esfuerzos en casa.

Y tus abuelos no escapan de la lista, mientras sus pasos se dificultan por el pasillo, su cuerpo se vuelve frágil como el de un niño y sus movimientos se convierten en lentas notas que van marcando pausas en el horario.

O aquellos parientes de los que solo conservas retazos mínimos en el cerebro, como fugaces reflejos que a veces parecieran desaparecer llevándose el tono de su voz, el color de sus ojos, la forma de su nariz, la textura de su cabello… esas evocaciones que siguen siendo las más valiosas aunque las puedas contar con los dedos de esa infancia que ya perdiste.

No debería dejar pasar aquellas fotografías que inundan las paredes, los álbumes y las mesas del hogar, con personajes de los que has escuchado hablar pero que aún con todos tus años jamás te dijeron adiós.

Espacios que quedan vacios, habitaciones donde lo que sobra es mutismo, luces que más nunca se han prendido; prendas que siguen intactas en las gavetas, esperando quizás que vuelva su propietario, añorando tal vez que una nueva mudanza las haga variar de su estatismo.

Y te vas preocupando por cada malestar que pueda tener alguno de tus seres queridos, porque no estás acostumbrado a verlos desfallecer.

Realmente ese sentimiento es tan extraño que inunda tu ser... el no saber qué pasará, como si estuvieras ante un millón de personas y de repente te dijeran que tienes que dar un discurso ¡Sin saber ni siquiera el porqué ni el cómo!

Es esa chispa la que desconoce tu corazón, porque no está acostumbrado a adaptarse a una pérdida. Que diferencia de cualquier otro afecto... Diría que es el peor de todos, porque solo puedes reaccionar ante el suceso...

Podemos pensar infinidad de cosas durante los días que pasan, pero rara vez quieres recordar a la fulana MUERTE... aquella que podría ser considerada como un tabú hasta que sientes que está tocando la puerta.

Que distinto es creer que todo seguirá igual... conservar la inocencia de niño, y no ir creciendo, topándote con nostalgias en el camino.

Sabes que al final cada quien va escogiendo su rumbo. Aquellas personas que acostumbraban reunirse contigo para planear aventuras de adolescente van haciendo su vida en pareja, teniendo hijos... Y vamos uniéndonos al ciclo irrefrenable de la evolución humana... que al igual que el tiempo de un reloj, va en redondo, semejante a la tierra sobre su propio eje... cambiando la estación, el año, los números... la EDAD. 

Esas manos que alguna vez tocaste y eran lisas, se llenan de arrugas... Aquel rostro juvenil se va surcando de marcas, que cambian el aspecto, pero no la enseñanza adquirida con los años. No borran la memoria, porque la edad  y la experiencia potencian el aprendizaje. Tal como el dicho de que "los viejos saben más y por eso echan tantos cuentos”.

Como una cadena tú también sucumbes ante el mal, vas creciendo y envejeciendo. Tu cabello se va aclarando, tu piel va perdiendo flexibilidad, tus fuerzas enflaquecen… tus sonrisas se marchitan regalando flores a los que ya no están.

Y el óbito no pide permiso, no pregunta cuándo, ni dónde, ni porqué… ya sea por accidente, enfermedad o longevidad te pisa los talones y nunca deja decir tus últimas palabras.

Puede que mañana estas líneas sean recuerdos, olvidados en un cajón, que atacará sin duda el polvo. 

A futuro de seguro saldrá una nueva profecía hablando disparates del fin del mundo, de un infierno ardiente, de un cielo para justos e injustos, de reencarnaciones; pero cabe acotar que la verdad no está en manos de nadie, solo de Dios...

Y quizás ese MÁS ALLÁ como lo pintan es solo un sueño profundo del que despertaremos el día que volvamos a ver a nuestros seres queridos, los únicos que son razón de felicidad en este mundo…

Una profecía real es "que polvo somos y en polvo nos convertiremos" y que de ese verdugo inevitable no nos salvamos.  

Nadie puede huir... ni de la muerte, ni del tiempo.

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