El
reloj se escucha a lo lejos... marca su tic-tac característico... difícil de
escuchar a metros de distancia, pero en el momento en que te acercas al objeto
con dos agujas sientes el correr de los segundos y minutos, que pausadamente
evaporan el tiempo que te queda.
Fueron
al parecer los mismos seres humanos los que empezaron a contar el universo...
365 días al año que corren bajo nuestros pies y aunque estemos estáticos en un
lugar, ese relojero sigue sentenciando el final.
Sin
fijarnos en el porvenir, éste va ganando espacio en el cuerpo. Con juventud
desafiamos al destino, incapaces de anticiparlo, pero no podemos ser ajenos a
los cambios que ocurren alrededor.
Aquellas
lejanas décadas cuando las manos de nuestro padre eran rígidas y fuertes, sus
brazos musculosos nos cargaban sin molestias y su sonrisa no dibujaba en su tez
esas "patas de gallina", a ambos lados de sus ojos.
Aún
recuerdo cuando de pequeña me decía con gracia que algún día sería viejo,
remedaba a los de la tercera edad con la parodia de un bastón y la falta de
dientes.
No
podría olvidar la risa estridente que hacia retumbar toda la casa de
entusiasmo, la cual se fue consumiendo poco a poco en el silencio...
Sería imposible
omitir el cabello oscuro de mamá, que hoy se pinta de canas... No podría obviar
su perfume cada mediodía al llegar del trabajo, el olor dulce que llenaba su
armario, el cual me costaba escalar sin ayuda de una silla, por la poca
estatura de mi niñez.
Hoy, mi
tamaño supera el suyo, y aunque su olor sigue siendo el mismo, va acompañado
poco a poco de menos esfuerzos en casa.
Y tus
abuelos no escapan de la lista, mientras sus pasos se dificultan por el
pasillo, su cuerpo se vuelve frágil como el de un niño y sus movimientos se
convierten en lentas notas que van marcando pausas en el horario.
O
aquellos parientes de los que solo conservas retazos mínimos en el cerebro,
como fugaces reflejos que a veces parecieran desaparecer llevándose el tono de
su voz, el color de sus ojos, la forma de su nariz, la textura de su cabello…
esas evocaciones que siguen siendo las más valiosas aunque las puedas contar
con los dedos de esa infancia que ya perdiste.
No
debería dejar pasar aquellas fotografías que inundan las paredes, los álbumes y
las mesas del hogar, con personajes de los que has escuchado hablar pero que
aún con todos tus años jamás te dijeron adiós.
Espacios
que quedan vacios, habitaciones donde lo que sobra es mutismo, luces que más
nunca se han prendido; prendas que siguen intactas en las gavetas, esperando
quizás que vuelva su propietario, añorando tal vez que una nueva mudanza las
haga variar de su estatismo.
Y te
vas preocupando por cada malestar que pueda tener alguno de tus seres queridos,
porque no estás acostumbrado a verlos desfallecer.
Realmente
ese sentimiento es tan extraño que inunda tu ser... el no saber qué pasará,
como si estuvieras ante un millón de personas y de repente te dijeran que
tienes que dar un discurso ¡Sin saber ni siquiera el porqué ni el cómo!
Es esa
chispa la que desconoce tu corazón, porque no está acostumbrado a adaptarse a
una pérdida. Que diferencia de cualquier otro afecto... Diría que es el peor de
todos, porque solo puedes reaccionar ante el suceso...
Podemos
pensar infinidad de cosas durante los días que pasan, pero rara vez quieres recordar
a la fulana MUERTE... aquella que podría ser considerada como un tabú hasta que
sientes que está tocando la puerta.
Que
distinto es creer que todo seguirá igual... conservar la inocencia de niño, y
no ir creciendo, topándote con nostalgias en el camino.
Sabes
que al final cada quien va escogiendo su rumbo. Aquellas personas que
acostumbraban reunirse contigo para planear aventuras de adolescente van
haciendo su vida en pareja, teniendo hijos... Y vamos uniéndonos al ciclo
irrefrenable de la evolución humana... que al igual que el tiempo de un reloj,
va en redondo, semejante a la tierra sobre su propio eje... cambiando la
estación, el año, los números... la EDAD.
Esas
manos que alguna vez tocaste y eran lisas, se llenan de arrugas... Aquel rostro
juvenil se va surcando de marcas, que cambian el aspecto, pero no la enseñanza
adquirida con los años. No borran la memoria, porque la edad y la
experiencia potencian el aprendizaje. Tal como el dicho de que "los viejos
saben más y por eso echan tantos cuentos”.
Como
una cadena tú también sucumbes ante el mal, vas creciendo y envejeciendo. Tu
cabello se va aclarando, tu piel va perdiendo flexibilidad, tus fuerzas
enflaquecen… tus sonrisas se marchitan regalando flores a los que ya no están.
Y el óbito
no pide permiso, no pregunta cuándo, ni dónde, ni porqué… ya sea por accidente,
enfermedad o longevidad te pisa los talones y nunca deja decir tus últimas
palabras.
Puede
que mañana estas líneas sean recuerdos, olvidados en un cajón, que atacará sin
duda el polvo.
A
futuro de seguro saldrá una nueva profecía hablando disparates del fin del mundo,
de un infierno ardiente, de un cielo para justos e injustos, de reencarnaciones;
pero cabe acotar que la verdad no está en manos de nadie, solo de Dios...
Y
quizás ese MÁS ALLÁ como lo pintan es solo un sueño profundo del que
despertaremos el día que volvamos a ver a nuestros seres queridos, los únicos
que son razón de felicidad en este mundo…
Una profecía
real es "que polvo somos y en polvo nos convertiremos" y que de ese
verdugo inevitable no nos salvamos.
Nadie
puede huir... ni de la muerte, ni del tiempo.
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