viernes, 25 de enero de 2013

El picaflor




“Caramba caballero ¡Qué sorpresa conocerlo! No me esperaba que sus dulces palabras sean como el néctar de las flores, aquel que los colibríes mueren con las ansias de saborear”.

Y así son los “Picaflor”. Seres humanos que si fueran inanimados serían un néctar, aquella ácida sustancia, indigerible a los hombres, pero escondida en el centro de las flores. Se comparan a esas plantas pigmentadas de diversos colores. Y deslumbran cuando pasas como si te picaran un ojo para que veas su hermosura, sonriendo con la comisura de labios que nunca manifiestan.

Todos son hechos de la misma sustancia. Todos se adiestraron en la materia de la vida, que conoce y percibe las emociones para poder dominarlas.

Desconocemos que nos ata a sus caricias. Simplemente son expertos en la lingüística del enamoramiento, pero principiantes en la cátedra de los sentimientos.

Ellos entablan las conversaciones perfectas que necesitamos escuchar, pero no están dispuestos a enseñarnos a olvidar.

Te capturan, cual presa fácil en su red. Y van llenando su carga poco a poco, con joyas que al igual que tú siguen la corriente.

Es un aroma dulce, como el néctar de las flores para los colibríes. Sólo que las apariencias engañan cuando cada quien juzga por su condición. Para ellos, su sabor es como la miel de las abejas, pero realmente la quimera es un trago amargo. Una vez que cruzas la barrera de la ilusión a la costumbre, te convences de que como un vicio no puedes dejarlo. Una vez que probaste ese alimento, la experiencia te lo enseña. Y si te gusta, te enloquece.

¿Pero cómo conquistar un corazón que no sabe más que del arte de alardear? ¿Cómo puedes demostrarle que eres diferente de las demás?
Ellos sólo miran desde su percepción, por muy baja o alta que seas, deslumbrante o sencilla, sólo pueden mirarte como una mina sin excavar. Dispuestos a luchar por entrar, a ver qué secretos guardas.

Pero así como el que busca tesoros y nunca sacia su sed, no están dispuestos a renunciar fácilmente a la exploración de lo que desconocen. Sólo saben que quieren encontrar algo, pero no lo ven en nadie.
Son capaces de pasar años detrás de las estrellas, y cuando se dan cuenta ya no tienen nada que buscar. Para ellos no existe el tiempo, aunque tú esperes que te encuentren.

Nunca se convencen de nada,  viven y dejan atrás las oportunidades.

Y tipo macho cabrío, juegan al que más tiene, suponen que ese es el más valiente. Su lección es la competencia, su galardón es llenar el armario con más trofeos que los demás.

Como "encantadores de serpiente" saben jugadas y manías. Sólo que las dominan cuando les conviene.  
Nada de lo que crees que es un misterio, es para ellos terreno desconocido.

Pueden descifrar sin mucho esfuerzo que es lo que queremos cuando ya logran conocernos. Es como que sin encontrarnos en la vida, ya nos hubieran visto antes.

Vuelven realidad la combinación del deseo y la necesidad. Nos atan a la existencia misma y a la vez nos desconectan de ella.

Somos como marionetas ambulantes que mueven de un lugar a otro. Ya no podemos decidir por nosotras mismas. Y aún así nos siguen endulzando y enloqueciendo. Dejamos de formar parte de nuestro cuerpo y nos volvemos un miembro del de ellos.

Poco a poco nos enviciamos de sus susurros. Cada noche o cada día vivimos de su teatro. No basta lo que recibimos, siempre queremos más.

Pero poco a poco aquello que buscamos, es lo mismo que los va desencantando. El principio para ellos se va convirtiendo en un final. La historia que apenas creemos que comienza, es poco a poco un desenlace.
Las flores se van marchitando hasta que mueren, dejando el néctar a la tierra y las raíces se encargan del nacimiento de nuevos capullos.
Como un ciclo que empieza y termina, así también ya nada es lo mismo...

Y recordamos los primeros días que quisiéramos que volvieran. Porque en esos momentos era bonito soñar cuando no sabíamos que esperar. Aún desconocíamos que el aroma de su piel no era lo que parecía ser. Que las rosas que perfumaban las mañanas en realidad iban hiriendo poco a poco con sus espinas, hasta derrumbarnos del dolor.

Y nos vamos instruyendo en la lección de la resignación. Con las ansías de perder la memoria, para no recordar los destellos que enloquecen el cerebro. Estrechamos la mano con el insomnio y guiamos nuestro sendero en sueños, para dominar la mente en cátedra de olvido y decepción.  

Y mientras atravesamos un proceso más largo que el inicio del trayecto, ellos se mantienen coleccionando joyas. Aquellas que como nosotras al principio, ansían conseguir un final feliz.
En lo desconocido somos aprendices y todo se repite en cadena. No hay final para lo inminente y el destino que ya presenciamos, es para ellos apenas un comienzo… Pero en otro terreno.

Freya Farcheg


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