“Caramba caballero ¡Qué sorpresa
conocerlo! No me esperaba que sus dulces palabras sean como el néctar de las
flores, aquel que los colibríes mueren con las ansias de saborear”.
Y así son los “Picaflor”. Seres
humanos que si fueran inanimados serían un néctar, aquella ácida sustancia,
indigerible a los hombres, pero escondida en el centro de las flores. Se
comparan a esas plantas pigmentadas de diversos colores. Y deslumbran cuando
pasas como si te picaran un ojo para que veas su hermosura, sonriendo con la
comisura de labios que nunca manifiestan.
Todos son hechos de la misma
sustancia. Todos se adiestraron en la materia de la vida, que conoce y percibe
las emociones para poder dominarlas.
Desconocemos que nos ata a sus
caricias. Simplemente son expertos en la lingüística del enamoramiento, pero
principiantes en la cátedra de los sentimientos.
Ellos entablan las conversaciones
perfectas que necesitamos escuchar, pero no están dispuestos a enseñarnos a
olvidar.
Te capturan, cual presa fácil en
su red. Y van llenando su carga poco a poco, con joyas que al igual que tú
siguen la corriente.
Es un aroma dulce, como el néctar
de las flores para los colibríes. Sólo que las apariencias engañan cuando cada
quien juzga por su condición. Para ellos, su sabor es como la miel de las
abejas, pero realmente la quimera es un trago amargo. Una vez que cruzas la barrera de
la ilusión a la costumbre, te convences de que como un vicio no puedes dejarlo.
Una vez que probaste ese alimento, la experiencia te lo enseña. Y si te gusta,
te enloquece.
¿Pero cómo conquistar un corazón
que no sabe más que del arte de alardear? ¿Cómo puedes demostrarle que eres
diferente de las demás?
Ellos sólo miran desde su
percepción, por muy baja o alta que seas, deslumbrante o sencilla, sólo pueden
mirarte como una mina sin excavar. Dispuestos a luchar por entrar, a ver qué
secretos guardas.
Pero así como el que busca tesoros
y nunca sacia su sed, no están dispuestos a renunciar fácilmente a la
exploración de lo que desconocen. Sólo saben que quieren encontrar algo, pero
no lo ven en nadie.
Son capaces de pasar años detrás
de las estrellas, y cuando se dan cuenta ya no tienen nada que buscar. Para
ellos no existe el tiempo, aunque tú esperes que te encuentren.
Nunca se convencen de nada, viven y dejan atrás las oportunidades.
Y tipo macho cabrío, juegan al
que más tiene, suponen que ese es el más valiente. Su lección es la
competencia, su galardón es llenar el armario con más trofeos que los demás.
Como "encantadores de serpiente" saben jugadas y manías. Sólo que las dominan cuando les conviene.
Nada de lo que crees que es un
misterio, es para ellos terreno desconocido.
Pueden descifrar sin mucho
esfuerzo que es lo que queremos cuando ya logran conocernos. Es como que sin
encontrarnos en la vida, ya nos hubieran visto antes.
Vuelven realidad la combinación
del deseo y la necesidad. Nos atan a la existencia misma y a la vez nos
desconectan de ella.
Somos como marionetas ambulantes
que mueven de un lugar a otro. Ya no podemos decidir por nosotras mismas. Y aún así nos siguen endulzando y
enloqueciendo. Dejamos de formar parte de nuestro cuerpo y nos volvemos un
miembro del de ellos.
Poco a poco nos enviciamos de sus
susurros. Cada noche o cada día vivimos de su teatro. No basta lo que
recibimos, siempre queremos más.
Pero poco a poco aquello que
buscamos, es lo mismo que los va desencantando. El principio para ellos se va
convirtiendo en un final. La historia que apenas creemos que comienza, es poco
a poco un desenlace.
Las flores se van marchitando
hasta que mueren, dejando el néctar a la tierra y las raíces se encargan del
nacimiento de nuevos capullos.
Como un ciclo que empieza y
termina, así también ya nada es lo mismo...
Y recordamos los primeros días
que quisiéramos que volvieran. Porque en esos momentos era bonito soñar cuando
no sabíamos que esperar. Aún desconocíamos que el aroma de
su piel no era lo que parecía ser. Que las rosas que perfumaban las
mañanas en realidad iban hiriendo poco a poco con sus espinas, hasta
derrumbarnos del dolor.
Y nos vamos instruyendo en la
lección de la resignación. Con las ansías de perder la memoria, para no recordar
los destellos que enloquecen el cerebro. Estrechamos la mano con el
insomnio y guiamos nuestro sendero en sueños, para dominar la mente en cátedra
de olvido y decepción.
Y mientras atravesamos un proceso
más largo que el inicio del trayecto, ellos se mantienen coleccionando joyas.
Aquellas que como nosotras al principio, ansían conseguir un final feliz.
En lo desconocido somos
aprendices y todo se repite en cadena. No hay final para lo inminente y el
destino que ya presenciamos, es para ellos apenas un comienzo… Pero en otro
terreno.
Freya Farcheg
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